Vladimir Petrov vuelve a triunfar con la OSY

El joven pianista ruso regresa triunfante con Rachmaninov.

La Orquesta Sinfónica de Yucatán, en su programa cinco de la temporada septiembre-diciembre de 2019, ofreció tres nombres simbólicos del repertorio académico: Tchaikovsky, Rachmaninov y Schumann. A cada cual, corresponde una dote perfecta y bastante de eminencia artística, tomada en consideración para integrar un repertorio lleno de gracia en proporciones grandes, materia prima en el testamento de los tres nombrados. Otra idea excelente fue invitar al maestro Vladimir Petrov, que en meses recientes obtuvo el primer premio en el Concurso Internacional de Piano “José Jacinto Cuevas – Yamaha” realizado en esta ciudad de Mérida. El piano, lógicamente, ocupaba un sitio eminente en el escenario. Ya llegaría su momento.

De entrada, la batuta cayó y una intensa pero liviana melodía se apoderó de la audiencia. Tchaikovsky, puesto serio, comenzaba siendo marcial con las cuerdas y, al batir de sus enunciados, fue desmesurándose hasta quedar armado de metales y percusiones en aparente simpleza melódica. Su “Marcha Eslava, Op. 31” escala por todos los instrumentos, con su motivo principal fácilmente reconocible, curiosa tendencia en toda su producción. Lanza un primer aserto; se contesta a sí mismo. Sigue un contrapunto que tropieza con violines segundos insistentes pero corteses, nunca al declive sino en constante clamor. Tchaikovsky se acuerda de su vocación por la danza y, aquello de pronto era un compendio de esquemas, abonable a alguna de sus colecciones para ballet. Crecidísimo, recupera el paso marcial nutrido de todos los elementos que le identifican y destella un final preciosista, ingenio que lleva su firma aún en sus más breves cotas.

Visitante con piano
Vladimir Petrov volvió a Mérida tal como se fue: junto a Rachmaninov. Se le agradece el retorno y al compositor elegido. Una obra de Sergei Rachmaninov “Rapsodia sobre un tema de Paganini” fue su saludo renovado al escenario que le vio ganarse el reconocimiento del público en aquel concurso, al que llegó altamente preparado y conocedor de cada nota escrita en partitura. Rachmaninov transforma el brusco individualismo de Paganini. Lo primero que viene al pensamiento es que su nombre y el piano van de la mano, como palabras sinónimas. Pero la música es liberación, nunca aislamiento. Da la misma importancia al piano que a la orquesta. Piensa en una fórmula que lleva a la Música, no al discurso sucesivo entre una y el otro, cultivado por otros virtuosos del pentagrama.

El equilibrio que resulta es toda una aportación musical, no de un instrumento aderezado de sinfónica sino de un gran bloque armonioso. Es dulce, pero no empalaga. Es intenso, pero se agradece que lo sea. Todo es un canto santificado de emoción, una de las metas artísticas mejor logradas al componer y perfectamente interpretadas por la dupla de la OSY y su pianista, alcanzando vítores por una mayoría puesta en pie. El reconocimiento al invitado fue amplio para propiciar tres caravanas de agradecimiento, que le inspiró a obsequiar un encore -de nuevo Tchaikovsky- con un tema dancístico tomado de “El Cascanueces”.

Segunda parte
Schumann cerró la noche con la “Sinfonía Núm. 2” de su opus sesenta y uno. Apoyado principalmente en la cuerda -como composición de cámara- considera la participación gradual de metales y percusiones, todos engarzados en cuatro movimientos de ritmos que conllevan a otros ritmos. El primero, por ejemplo, comienza majestuoso, muy sostenido y a la brevedad se transforma en alegre pero no demasiado. El segundo es un scherzo vivamente alegre, tupido, pero no a la mala sino en candor. El tercero, un tanto catedralicio, fue un colmo de asombros. De adagio expresivo, surge lento con notas largas y recargadas de ornamentos -como sus predecesores- con la peculiar existencia de ser los indicados, como adjetivos precisos en un verso.

Toda aquella grandeza cierra con un movimiento alegre muy vivo que, en su conjunto, si algo tiene de reprochable, sería su escasa duración. Schumann reincide en su elegancia llena de calidez. A sus treinta y cinco años, era un virtuoso compositor, cargando la vasta experiencia pianística en su adolescencia -de la que debió alejarse por una mano derecha sin resultados-, que le llevaría a modelar cada dinámica con particular esmero. De ahí a trasladarlo a la orquesta, fue cuestión de ningún esfuerzo.

Como suele suceder, los que encuentran regocijo en las carpas o eventos de estruendo popular, también invaden recintos de arte como el Peón Contreras. Aplauden cuando no se debe, molestan a los cercanos con la luz de sus teléfonos celulares, hacen un ruido maléfico con el celofán de sus golosinas, conversan a mitad de una interpretación. Arruinan un momento prístino. Por eso no hay qué arrojar rosas a los cerdos. Dicho está, sabido es; pero no hay modo de conocer, detrás de una fina indumentaria, quién está disfrazado de persona y quién definitivamente, lo es. La OSY y su invitado, a pesar de estas insoportables levedades, hizo refulgente la ocasión, ganándose cada aplauso. Ha sido, pese a todo, una de las mejores veladas de la temporada: una pequeña muestra de su excelencia. ¡Bravo!

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