10 cómics para gente que no lee cómics (Parte II)

Como se vio en la primera parte de este texto, los cómics ofrecen un universo de posibilidades de entretenimiento que van desde lo más trivial hasta cosas verdaderamente profundas, con algunos títulos que han ganado los más grandes premios debido no sólo a su calidad narrativa, sino a que funcionan como fotografías de un momento sociohistórico, exactamente igual que otras artes u otros medios de comunicación. Creer que los cómics son literatura “barata” no sólo es algo que deba estar fuera de toda consideración, es un idea añeja y retrógrada que diversos autores se han encargado de destrozar con obras que ya deberían formar parte de eso que se llama cultura general.

Aquí va otro listado de cómics que pueden ayudar a conocer el mundo de la historieta sin pasar por los superhéroes. La mayoría tienen distribución en México, por lo que hacerse con ellos no debe suponer un mayor problema.

 

Persépolis de Marjane Satrapi

No existe mejor ejemplo del cómic como retrato del devenir histórico que esta historieta de Satrapi. Con una facilidad asombrosa, la autora describe el cambio de régimen en el Irán de la segunda mitad del siglo XX, con la consabida merma en los derechos civiles y humanos de su población. Al mismo tiempo, Satrapi nos narra también los cambios en su familia y su vida, dejando claro que nadie es profeta en su tierra y menos cuando sé es mujer, el grupo más afectado cuando la teocracia decide corromper una sociedad.

Adaptada al cine en una espléndida película de animación, el cómic es una obra mucho más completa y extendida, que los mismo es una clase de historia que una de empoderamiento femenino, ambas necesarias para combatir la ignorancia que el exceso de información basura de nuestros días está generando.

 

Severed de Scott Snyder, Scott Tuft y Attila Futaki

Los años 80 fueron una fábrica de pesadillas para los amantes del terror en el cine, donde la mancuerna efectos especiales caseros-atmósferas inquietantes crearon grandes clásicos como Salem’s Lot, The Lost Boys, Gremlins o Near Dark. Capturando ese mismo tono, Snyder y Tuft crean una auténtica obra de horror para este siglo que bebe de influencias de lo macabro como John Carpenter, Stephen King o Clive Barker.

Utilizando una historia de monstruos, los autores crean una alegoría del abuso sexual infantil, donde el horror proviene de la incapacidad de actuar ante la amenaza del adulto. El título es referencia directa a la inocencia cercenada por culpa de monstruos reales que existen en nuestra sociedad, en una cantidad mucho mayor a la que quisiéramos creer. Severed es un cómic tan crudo como necesario para exponer uno de los peores crímenes de la humanidad.

 

Blacksad de Juan Díaz Canales y Juando Guarnido

Mezclando una estética de animales antropomorfos muy similar a la utilizada por Disney con historias de detectives dignas del pulp estadunidense, este cómic es la muestra fehaciente de que no todas las historietas son para niños. Y no porque este cómic sea violento -que lo es-, sino por el trasfondo que contiene: la viciosa y malnutrida naturaleza humana, que lo mismo puede generar adicciones a sustancias que racismo. Blacksad es una historia donde la moral es una línea inexistente, que puede ser torcida a conveniencia y donde el mejor postor es quien nos dice cómo debemos comportarnos.

 

Fun home de Alison Bechdel.

Al igual que Persépolis, esta obra es la biografía de una mujer, pero una que no encaja en lo que las convenciones de la feminidad dictan. Fun Home es quizás el cómic más famoso creado por una persona homosexual, donde no sólo conocemos su pasado, sino que conforma un tratado sobre el trauma de vivir en el clóset.

A través de una amarga historia, Bechdel narra su despertar a la sexualidad y la transgresión a los cánones sociales que eso conlleva, al mismo tiempo que expone la hipocresía de su círculo social, el cual es fácilmente extrapolable a la sociedad en general. Esta historia es quizás una de las más importantes para entender la fuerza del cómic como narrador literario y gráfico y junto con Maus, también demuestra que no necesariamente debe ser bonito.

 

Black hole de Charles Burns.

Otra obra de terror que también es una alegoría, aunque en este caso es tan directa que ahí radica el miedo que provoca. Las enfermedades de transmisión sexual son el pretexto para narrar una historia de alienación y abandono entre adolescentes, ese sector de la población al que se le achacan todos los problemas de la sociedad y que al mismo tiempo es el más abandonado en cuestiones educativas, de esparcimiento y laborales.

La obra de Burns utiliza el surrealismo para hablar sobre nuestra realidad, tanto la objetiv como la imaginaria. Sus personajes casi nunca resultan empáticos, al contrario, la repulsión que pueden provocar es un signo de que podemos no estar contentos con nuestro ser, pues sus cómics siempre son un espejo que refleja nuestra retorcida imagen verdadera.

 

From hell de Alan Moore y Eddie Campbell

Dando cátedra sobre cómo exponer una teoría “conspiranóica”, el que tal vez sea el mejor escritor de cómics de todos los tiempos desmadeja el misterio detrás de la figura de Jack el destripador, uno de los mitos más grandes dentro de la cultura popular de la violencia.

Basándose en diversas fuentes y añadiendo un toque de magia negra, Moore establece una hipótesis verosímil sobre la verdadera identidad del asesino, al mismo tiempo que describe la situación sociopolítica de la Inglaterra victoriana, fabricando una obra inmersiva, donde la línea entre fantasía y realidad se desvanece, gracias en parte un dibujo burdo, hecho ex profeso para evitar tener claridad en su imagen y nublar la historia. Moore y Campbell crearon uno de los mejores cómics sobre crímenes que hayan visto la luz.

 

Pedro and me de Judd Winick.

A mediados de los 90, la epidemia de VIH todavía provocaba ese terror que puede ser pasto para que florezcan todo tipo de prejuicios, en particular si se trata de estrellas televisivas. Judd Winick saltó a una efímera fama en los Estados Unidos al protagonizar, junto con un grupo de personas, uno de los primeros reality shows: “The Real World: San Francisco”. Dentro de ese grupo de personas se encontraba Pedro Zamora, un VIH positivo que a la postre se convertiría en uno de los mejores amigos del autor, demostrando que la enfermedad es sólo una minucia cuando se cuenta con información y comprensión.

Sin caer nunca en la sensiblería, Winick logra fabricar una historia de entendimiento y de respeto a la otredad, una idea que 20 años después afortunadamente se ha popularizado en el mundo del cómic, permitiendo salir del eterno conflicto entre el bien y el mal.

 

Maus de Art Spiegelman

Tal vez el cómic no de superhéroes más famoso que exista y primero en ganar el premio Pulitzer debido a la contundencia de su narrativa. Spiegelman no sólo logra narrar una historia más sobre el holocausto judío, es capaz de hacerlo de una manera objetiva y crítica, haciendo a un lado la victimización y prefiriendo un entendimiento de la situación.

El apartado gráfico es brutal, no sólo por lo crudo y burdo de sus imágenes, sino porque dentro de su estridencia y expresionismo hay una violencia contenida y un deseo de demostrar que los sobrevivientes son mucho más que simples víctimas. El autor hace un verdadero acto de contrición y fabrica una de las grandes obras sobre la naturaleza humana, todo en un ambiente de ratones y gatos.

 

Stuck rubber baby de Howard Cruse

Racismo y homofobia son los dos grandes temas que se abordan en este cómic. Podríamos incluir también la misoginia, pero en realidad eso es resultado de los propios prejuicios del autor, quien expone la situación civil de los homosexuales y negros en el sur estadunidense de los años 60, evidenciando la falta de unión entre minorías para conseguir más y mejores derechos. Al mismo tiempo, y sin saberlo, Cruse narra las funestas posibilidades de que los prejuicios lleguen al poder, adelantándose por 20 años a la presidencia de un miembro del KKK.

A modo de repaso pseudoautobiográfico, el autor construye un trozo de la historia de la lucha por los derechos civiles, de la música negra y del devenir cotidiano de los Estados Unidos del sur, tierra fértil para la discriminación, pero también para la creatividad artística.

 

Operación muerte de Shigeru Mizuki

El manga (historieta en japonés), al igual que el cómic occidental, ha popularizado a los géneros de acción, dejando de lado la crónica y el costumbrismo. Mizuki es uno de sus máximos exponentes, y aunque se popularizó con una obra de corte fantástico, es con obras como esta que demostró tener talante para cosas más serias.

Operación muerte es, como Maus, un recuento de memorias del autor, donde se exponen los bajos valores que abundan durante las guerras, en particular cuando se pelea una causa perdida, como el caso de los japoneses hacia el final de la 2ª guerra mundial, donde se obligaba a los batallones a pelear hasta la muerte, so pena de ser ejecutados si regresaban vivos. El dibujo cómico sólo está para atenuar la crudeza de la historia, que lo mismo puede sacra lágrimas que risas.

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