Luis Miguel o el mito fáustico mexicano

El intérprete que le vendió el alma al diablo (y luego se arrepintió).

¿Por qué da la impresión de un vacío el que nos genera el súbito final de la primera temporada de la serie de “Luis Mirrey”? ¿Por qué algunos nos sentimos estafados? En el caso particular de un servidor, juré no volver a mirar tal basura de la cultura popular. Sin embargo, un día en una fiesta una chica me dijo: “no te engañes, que seguro verás la segunda temporada”. A lo que asentí sin remedio.

Y es que, pese a que se trata en términos reales y trascendentales, de una figura que poco o nada ha aportado a la humanidad, lo cierto es que sí es un ídolo esencial para el entretenimiento de masas a nivel nacional e internacional (como lo han demostrado las cifras de Netflix en USA e Hispanoamérica). Además de que no deja de ser un fenómeno interesante en el ámbito de la exposición de la superficialidad que permea en nuestra cultura popular.

Él encarna esa fascinación por el chico guapo, rubio, de ojo azul que es mexicano y se vuelve en el símbolo nacional en una época turbulenta de nuestra historia. Planteamiento que el mismo “Luisito Rey” hace a los de la disquera, en uno de sus primeros arranques de publicista. Se hace patente el canon de belleza occidental en el orgullo nacional. Vemos que por más que se realizaron esfuerzos titánicos (durante los gobiernos “socialistas” de México) por dignificar la estética propia y la que predomina en el país, con trabajos de artistas como Diego Rivera y demás muralistas, con la llegada del cine y la televisión de la era “alemanista”, predominó como hasta ahora, la estética Luis Miguel.

¿Es entonces la estética unos  de los detonantes para ver la serie? Sí. Y también lo es el contexto histórico que la rodea. El contexto de un país que en 1985 recién había pasado por un sismo que diezmó significativamente a la población del entonces Distrito Federal; también una crisis económica, producto de la voracidad de un sistema político que llevaba más de 50 años gobernando. Por encima de toda esa tragedia, tenía que haber una proyección que distrajera e hiciera a la sociedad voltear a ver hacia otro lado.

Sin duda, lo más conveniente para un sistema que al mismo tiempo cedía gran poder a figuras como Arturo “El Negro” Durazo, Don Neto o Rafael Caro Quintero. Donde personajes como José López Portillo, Miguel de la Madrid y Eduardo “El Gordo” Pesqueira, entre otros, hacían sus grandes negocios de corrupción al amparo del PRI. Imagínese, querido lector, mientras todos andábamos viendo a este niño cantar como los mismísimos ángeles en “Siempre en Domingo”, al mismo tiempo nos hacía gracia el personaje de “Pique” (¿lo recuerda?) en el Mundial de México 86, cuando el amigo “Gordo” Pesqueira vendía tractores de la SARH que encabezaba (Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos) para remodelar su finca, valuada en 3 mil millones de pesos de aquella época.

¿Le suena familiar? Y eso que todos ya saben que la madre del cantante está muerta (o eso dicen). Pero cómo nos encanta la distracción. Creo que la revolución y el posterior priísmo nos dejaron esa sensación de querer ver para otro lado. Pues al igual que en la guerra contra el narco de Felipe Calderón, con este tipo de entretenimiento facilitamos el proceso de esa doctrina del shock, tal y como reza el documental de los hermanos Cuarón.

Por otro lado, el elemento dramático que nos engancha es el mito fáustico detrás de la historia del “Mirrey”, el artista que al igual que México, prefirió vender su alma y ver para otro lado, abandonando a su madre (patria) pues ella le puso “El Sol” (Sole mío), todo por la fama y la fortuna, por su carrera, como bien se lo restregó en la cara Luisito Rey. Así, millones de mexicanos, siempre hemos visto para otro lado, haciendo ese pacto tácito como lo hizo el doctor Fausto para conservar algo, lo que fuera: la carrera, el dinero, la vida eterna, un huesito en el gobierno…

Este elemento dramático nos identifica, entre otros. El mito fáustico del intérprete que le vendió el alma al diablo con tal de llegar hasta arriba y que cuando estuvo ahí, quizá por un momento, se arrepintió. Ahora que lo pienso, tal vez sí vea la segunda temporada como me aseguró aquella chica de la fiesta. Pero para mí la era de ese viejo México priísta está por terminar en muchos sentidos, pues tanto esta serie como el diablo, irán perdiendo adeptos.

 

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