Del Tsundoku o el acto de apilar libros*

En mi continua investigación para conformar el bestiario del bibliófilo, me he topado con una especie que proviene de la región asiática del mundo, una variante del bibliómano al que los japoneses han nombrado con el vocablo Tsundoku o sundoku, palabra compuesta de “tsunde-oku”, que significa apilar cosas y dejarlas para más tarde, y “dokusho”, que es sencillamente la lectura de libros.

Mas sin tanto enredo lingüístico, la traducción literal de tsundoku vendría a ser “pila de lectura”, término que surgió con la llegada de la Era Meiji (23 de octubre 1868), periodo que se extendió hasta 1912 y en el que se llevó a cabo la modernización y democratización de Japón. Es decir que, de alguna forma, coincidió con los hábitos propios de la posmodernidad y el neoliberalismo, como el consumo excesivo de libros.

A diferencia de los acumuladores de libros, el lector tsundoku mantiene su biblioteca en orden, con la vaga esperanza de poder leer todos sus ejemplares en algún momento próximo o en el futuro de su vida, y que continúa adquiriendo libros a sabiendas de que nunca podrá ponerse al día con todas sus lecturas atrasadas. Esta íntima sensación no impide que el lector, algo iluso, continúe con su manía creyendo que eventualmente logrará leerlos todos.

Esta raza de bibliófilos se regodea muchas veces ante la mera vista de su biblioteca, donde pilas y pilas de libros esperan pacientemente a que les toque su turno. Esta condición ha sido descrita por el editor y coleccionista de libros estadounidense Edward Newton, quien dijo alguna vez: “incluso cuando la lectura es imposible, la presencia de libros adquiridos produce tal éxtasis que anima a la compra de más libros, lo que representa un afán del alma de infinito… apreciamos los libros incluso si no son leídos, su mera presencia emana confort, su fácil acceso, la tranquilidad“.

Y es que todos los lectores poseemos más libros de los que podremos alcanzar a leer en nuestra corta vida. Lo sabemos. Pero eso no impide que continúen sumándose ejemplares que invaden el orden, la paz o el feng shui del hogar. Cada minuto cuenta, y por ello, el lector tsundoku suele dejar apilados libros por doquier, sin importar si se trata del baño, la sala, el comedor o la cabecera de la cama. En esta absurda carrera contra uno mismo, la pila de libros viene a configurar la antesala de la lectura.

Porque no es lo mismo tenerlos de pie en los estantes de los libreros. El libro apilado como en una torre de Jenga, ha sido seleccionado y retirado de entre los demás, ya sea porque emana un interés inmediato o a largo plazo -aunque su tiempo bien podría nunca llegar-, o porque nos hemos resignado a no poder leerlos jamás manteniendo una inútil esperanza que se ve renovada cada vez que los miramos ahí, asentaditos y calmos en un orden que no respeta tickets ni necesidades. ¿A poco no lucen hermosos ahí?

*Publicado originalmente en la columna “Panopticón Cultural” de Milenio Novedades el sábado 30 de junio.

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