Fantásticas danzas sinfónicas triunfan en la OSY

Copland y Bernstein engalanaron los conciertos del fin de semana.

Algunos de mis viernes en silencio fueron olvidados tras la fiesta sinfónica del 9 de noviembre, en el teatro Peón Contreras. La OSY reinició su temporada de conciertos septiembre diciembre 2018; y lo que estuvo tramando, mientras los días se volvían semanas, fue el abrazo a la genialidad de dos célebres contemporáneos, Aaron Copland y Leonard Bernstein, estadounidenses y amigos cercanos desde los años treinta, en aquel siglo veinte.

Esta vez, sin necesidad de invitados, la gente y el director de casa recrearon a su estilo el repertorio de “West Side Story”, la película de 1961 que trata de algo semejante a la historia de Romeo y Julieta, pero en versión americanizada y que en México le llamamos “Amor sin barreras”. Dos pandillas enemigas en la ciudad de Nueva York tienen un drama tremendista por el enamoramiento entre el líder de uno de ellos y la hermana del líder opositor. Siendo un musical, obligatoriamente describe con sonidos el sentido de los diálogos, anhelos y hasta confrontaciones de los personajes, no solamente los antagónicos que, finalmente, alcanzan un extraño final feliz con tragedia incluida.

Tras el éxito de esta obra, para Bernstein fue obvio que la música tenía vida propia. Con esa mentalidad, hizo arreglos especiales que derivaron en versiones de aquellas danzas para ser interpretadas por una sinfónica. La dotación musical incluiría no menos de treinta elementos, entre los que destacaba una reforzada dotación de metales y de percusiones -hasta chasquidos de dedos, del pleno de los músicos- para una asombrosa variedad de ritmos, algunos aparentemente latinos. El ambiente de romance y rivalidades saltaba del cine a la sala de conciertos.

Decir que la interpretación de la OSY de estas Danzas Sinfónicas de West Side Story fue impecable, quizá sea injusto. El brillo intenso de cada melodía, logrado con minuciosidad y ahínco, daba la sensación de estar en medio de un mar de música. La elegancia con que Bernstein integra sus sonidos marcó una era de sofisticación que nutre y se nutre del Jazz, por ejemplo, con el xilófono, el saxofón invitado y la constante de un diálogo percutido entre secciones. Muchos momentos sobresalientes, de gran calado por su sonoridad, produjeron el asombro en un público absorto y bien portado (salvo la señora que mantuvo encendido su celular a cada momento para ver cosas que bien podría atender en en la quietud de su hogar). Uno de tales momentos fue durante la “Meeting Scene”, cuando todo se reduce a una tierna discusión entre cuatro violines y dos violas, que ceden paso a lo festivo del asunto.

El sonido de Aaron Copland, bajo la dirección del maestro Juan Carlos Lomónaco, estuvo como cuajado de estrellas, igual que la bandera norteamericana. Su Sinfonía Núm. 3 impone un paisajismo sonoro que retumbaba explicando el espíritu norteamericano, reflejado como suele ser gracias a la cinematografía de gran escala. Su gama de acentos, con una sección de metales consolidada de cornos y trombones, así como con doble canto de arpas, daba a la cuerda la sensación de amplitud parecida a la contemplación de lejanos horizontes o de profundos acantilados.

Sus cuatro movimientos transcurren como cordillera, describiendo intensidades que fluctúan entre un candor bucólico, ocasionalmente difuso, hasta un estallido de fuegos artificiales que dejan una honda impresión de belleza. Copland utiliza el delicioso aderezo de la disonancia para decantarse en una nueva dulzura, recurso habitual en su producción. Quizá lo de menor ponderación radique en un pasaje del tercer movimiento, el andantino quasi allegretto, un poco reiterativo en su alta melodía, que los chelos rescatan con magistral intervención, a la que se suma el par de flautas y un alud de metales.

El premio mayor fue la inclusión de su famoso estribillo, la “Fanfarria del Hombre Común”. Con ella abre su último movimiento, “Molto deliberato, allegro risoluto”, un regalo de ilustre presencia. Desde luego, se deriva en ingeniosas variantes y hace lucir colosal a una obra surgida con motivos de patriotismo, que tiene mucho de universal. Fue un cierre de grandes proporciones que mereció cada aplauso. Hizo valorar la espera como si de un pequeño contratiempo se tratara y, en todo caso, se resolviera en agradecimiento por esas dos obras interpretadas con autenticidad y magnífico gusto. La Orquesta Sinfónica de Yucatán reivindica su sello artístico de primer nivel y el atinado valor de su repertorio. ¡Bravo!

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