Releyendo a Madame Yourcenar: “De cómo se salvó Wang-Fo”

En su columna del mes, Zulai Marcela Fuentes vuelve a zambullirse en uno de los cuentos más famosos de la escritora francesa Marguerite Yourcenar, publicado originalmente en 1963 como parte de su libro "Cuentos orientales". No dejes de leer su opinión...

El cuento De cómo se salvó Wang-Fo de Marguerite Yourcenar me lleva, indefectiblemente, a la poesía de Matsuo Basho en el sentido de la exaltación del espíritu sutil y perfecto de lo simple y verdadero. Basho, por un lado, hacía descansar la destreza de su arte en la premisa de que el artista y su objeto de contemplación estética deben formar una sola unidad y que para aprender todo acerca de ese objeto, el sujeto no debe interferir, sino fundirse con él. Es así como el poeta japonés alcanzó su perfección. Por otro lado, Wang-Fo, el pintor del cuento de Yourcenar, no amaba las cosas en sí mismas sino su imagen. Era a través de los sentidos y de su visión estética que él producía una imagen del mundo totalmente idealizada; por eso sus obras eran tan hermosas y superaban la realidad.

Pero Wang-Fo llevaba la perfección de su arte a los extremos como, por ejemplo, cuando pintó los retratos de la mujer de su discípulo Ling, que hicieron que éste llegara a preferir las réplicas al “original”. Cuando esto sucedió, la mujer tuvo que morir. Pareciera como si al retratar un objeto, Wang-Fo se apoderara de su alma, ya fuese alguien o algo. Abrazaba la vida al penetrar en su esencia y transformarla, primero a través de los sentidos y sensibilidad y después al devolver su imagen transformada y materializada de nuevo como la más hermosa representación visual.

Para leer el cuento original haz click en la imagen.

No obstante, Wang-Fo era el protagonista de un drama sin saberlo. Sus ojos y sus manos que habían creado belleza también habían ocasionado dolor. El emperador que lo acusa había sido criado en la soledad con solo las imágenes de las pinturas de Wang-Fo como referencia del mundo. Su visión era, por tanto, una visión idealizada que poco tenía que ver con los aspectos más sórdidos de la existencia. Cuando el emperador se enfrenta con éstos, no le complace lo que ve y abriga un rencor tal en contra del viejo que lo manda apresar. Su queja era que por medio de su voluntad artística y de hombre iluminado, Wang-Fo podía dominar un mundo ideal, en tanto que el Dragón Celeste no lograría nunca ejercer absoluto control “sobre montañas de nieve que no puede derretirse y sobre campos de narcisos que no pueden morir”.

Para él, Wang-Fo era un impostor y eso lo condenó a perder los ojos (las dos puertas mágicas que abrían su reino) y las manos (los dos caminos de diez encrucijadas que lo llevaban al corazón de su imperio). Asimismo, Wang-Fo era culpable a los ojos del Emperador porque había sabido hacerse amar. Milagrosamente, el pintor y sus sortilegios hicieron salir el agua del mar de la pintura, y la barca de su retrato fue conducida por el amoroso discípulo Ling que acababa de perder la vida por su fidelidad al maestro. En ella partieron los dos, y así se salvaron, al desaparecer “para siempre en ese mar de jade azul que Wang-Fo acababa de inventar”. La belleza del texto conmueve hasta el grado de querer leerlo una y otra vez para seguir descubriendo los tesoros contenidos en las frases tan llenas de significado y sabiduría, porque Yourcenar va trazando con palabras los mismos pincelazos milagrosos de Wang-Fo: su invento prodigioso que a su vez inventa prodigios.

“De cómo se salvó Wang-Fo” forma parte de este libro publicado en 1963.

Una mente acostumbrada al realismo se pierde en la confusión de la lógica fantástica al enfrentarse a una creación como ésta. Pero una vez que se acepta que en el reino de la imaginación todo es posible, entonces no queda más que despojarse de ataduras intelectuales y dar cabida a esos imposibles. Es así como Wang-Fo descubre en el esbozo de su juventud “una frescura de alma a la cual ya no podía aspirar” y, pese a todo, ello fue justamente lo que lo salvó. Así podemos salvarnos nosotros también si quisiéramos, al obligarnos a dejar de lado esa vía anquilosada de pensamiento para forjar ideas en otro plano de la realidad, por más insólito que éste pueda parecer.

Después de leer el cuento de Margarite Yourcenar se descubre que la ficción de la ficción es paradójicamente el camino más directo para transformar la realidad y que cuando ésta cambia dentro de la mente, a la postre se transmuta en otra situación distinta, aunque inherente a la propia realidad.

Addenda: A continuación, te compartimos una animación francesa del icónico cuento de Marguerite Yourcenar…

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