¡Noche fantástica! Olga Kirpicheva y Berlioz en la OSY

Solista y orquesta triunfan de la mano con Beethoven y Berlioz.

Cuando el Concierto para piano Núm. 3 de Beethoven comienza a sonar, establece un cambio drásticamente feliz en la atmósfera. Es su opus treinta y siete. Al escucharlo, se traspone a una dimensión distinta de la vida normal, donde prisas y sobresaltos reinan en el ánimo. Beethoven nuevamente desciende de su pedestal; lo hace con la inagotable gracia de su ingenio. Empieza con el discreto pronunciamiento de la cuerda para dar paso a un estallido de confidencias, con acordes inmensos de su sinfónica, en la que maderas y metales dicen al unísono aquello que las percusiones no tardan en respaldar. Es un discurso lleno de energía, con la indiscutible genialidad del compositor desde el primer compás.

La cuerda continúa reflejando el delicioso estilo clásico -pintarrajeado de romántico- con una acometida que sigue sumando alientos y percusiones, en el modo que resuena las desembocaduras armónicas del mayor salzburgués de la historia. Once decenas de compases hacen gala de una presencia sinfónica que, por demás, no solo es agraciada en sí misma, sino antesala estupenda para el instrumento que lleva la voz de solista. El piano, en las manos de la talentosa y muy hermosa Olga Kirpicheva, surge como rugido desde el intenso registro grave, enseñoreado de cuanto se hubo entonado con anterioridad a su llegada.

Es un despliegue de virtuosismo, no únicamente en las capacidades técnicas de ella o de la OSY que le acompañaba, sino en la carga emocional -analgésica- que surte un efecto inmediato, para aquellos que, no obstante las muchas veces que esta música ha sido disfrutada, sigue tan celestial como el primer día. Al primer movimiento –Allegro con brío– siguieron un Largo y un Rondó Allegro, que no son otra cosa que el camino más corto hacia una redención inesperada, interrumpido por el aplauso imprudente de quienes acuden a un evento de esta magnitud, como si de un entretenimiento simple se tratase.

Sin embargo, Beethoven se sobrepuso a la brutalidad del gesto y prosiguió con delicadeza, como un ángel, haciendo sonar al piano la santidad de su segundo movimiento y el manantial de alegría del último. Apuntalada de fagotes en algunos instantes o por el pleno de la cuerda ensordinada, Kirpicheva mezcla profundidad y dulzura con toda la perfección escrita en la partitura del gran maestro. Sentirse humano, después de esta cátedra de felicidad, fue lo que arrancó los aplausos de un público que saltó de sus asientos y celebró lo presenciado hasta convencer a la virtuosa de obsequiar un tanto más de su elegancia musical. Su despedida fue al estilo chopiniano, que secundó el sabor magnífico de la entrega principal. El aplauso correspondió con la sinceridad de la primera ocasión.

A su ausencia, sobrevino un reajuste escenográfico. Dos arpas presagiaban el siguiente esquema, para la interpretación de la Sinfonía Fantástica, opus 14 del francés Héctor Berlioz. Su obra, un presagio de poema sinfónico, está formulado en inusuales cinco episodios, descriptivos de su propia existencia, como ofrenda romántica a una mujer que, a la postre, sería su esposa por un breve tiempo. Los movimientos llevan en sus títulos la imaginación que los creó: “Ensueños, pasiones”, “Un baile”, que posee extrañamente, cierta mexicanidad en sus armonías, aquella en tiempos del conflicto generado por la Casa de Habsburgo contra el legítimo gobierno de Juárez. Berlioz prosigue incidental en su propia biografía con “Escena de los campos”, “Marcha al cadalso” y cierra con el “Sueño de una noche de brujas”, de gama narrativa que se supera a cada momento.

Las quimeras que impregnan su composición, usando una doble tuba -además de la doble arpa ya mencionada- consistió en una profusión de recursos, un intenso trabajo de exploración instrumental que explica por sí mismo cómo pudo ser vaticinio de Wagner y de Mahler. Profundo conocedor de las posibilidades de cada instrumento y de los efectos sonoros combinados que pueden llegar a lo desacostumbrado, Berlioz realiza una obra que hace honor a su título. La OSY consiguió el pleno del público puesto en pie, aplaudiendo la gigantería de su interpretación.

El quinto programa de la temporada septiembre diciembre de 2018, que mostró su grandeza el domingo 14 de octubre, como lo hiciera el viernes 12, fue una bocanada de vitalidad. La sensación de haber estado ahí, recibiendo nuevamente a artistas tan valiosos como Olga Kirpicheva y la excelencia de la propia Orquesta Sinfónica de Yucatán, es un aliciente para regresar, compartiendo las perlas del arte en la compañía ecléctica de meridanos nacidos en Mérida y en otras partes del mundo, inclusive con aquellos que pueden toser más fuerte que dos tubas o que no apagan sus celulares ni con la amable invitación impresa en los programas de mano. Berlioz, como Beethoven, pueden con eso y con más… ¡Bravo!

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