Netflix se politiza: El juicio de los siete de Chicago

Una reseña cinematográfica de David Moreno.

Aaron Sorkin es un espléndido guionista y uno de los mejores creadores de contenido que existen actualmente en la industria del entretenimiento. De su pluma han salido joyas como “The Social Network” y “Sports Night”, así como la infravalorada pero espectacular “Studio 60 at The Sunset Strip” y dos de las más grandes series de los últimos 20 años: “The West Wing” y “The News Room”. Si algo distingue a Sorkin es su capacidad para plasmar asuntos trascendentes en términos políticos y sociales en el medio de un contexto en el que nunca faltará un importante toque de humanidad.

Su gran reto al momento de pasar del escritorio y la computadora a sentarse detrás de la cámara era el llevar ese exitoso balance a buenos términos narrativos. En su primer intento, “Molly’s Game”, no lo consiguió. Quizá porque el material no parecía ser el más apto, uno en el que Sorkin pudiera volcar su talento para expresar los temas que siempre le han interesado y que principalmente tienen que ver con explorar y exponer los infinitos recovecos que un sistema democrático, particularmente el estadounidense, trae consigo. Ahora con su segunda película, “The Trial of The Chicago 7” (El Juicio de los 7 de Chicago), Sorkin no solamente consigue ese balance sino que eleva el estándar del mismo para lograr una de las películas más relevantes y pertinentes del 2020.

La película va a retomar una serie de hechos suscitados en la ciudad de Chicago en el año de 1968. En la Ciudad de los Vientos se realizaría la Convención Nacional del Partido Demócrata, lo que provocó que varios grupos y organizaciones civiles provenientes de todo el país decidieran moverse a dicha ciudad para realizar una serie de protestas encaminadas a pedir el final del conflicto bélico que los Estados Unidos sostenían en Vietnam. Y aunque el fin era el mismo, cada uno de esos grupos tenía métodos diferentes de entender la protesta y de llevarla a cabo.

 

Aparecían, entre otros, los estudiantes moderados versus los hippies militantes adoradores del “peace and love”. Las protestas derivaron en una serie de incidentes violentos que a su vez dieron a lugar a un juicio a los líderes de diferentes organizaciones en el que se incluyó a Bobby Seal, líder de las llamadas “Panteras Negras”, quien  no estuvo involucrado en los incidentes. Los cargos eran conspirar en contra del gobierno de los Estados Unidos, encabezado en ese entonces por el conservador Richard Nixon. Los siete -más Seal- llevados a juicio fueron asistidos por abogados “pro bono”, los cuales tuvieron que batallar en contra de un juez prejuicioso y que simpatizaba con las causas conservadoras esgrimidas desde la Casa Blanca.

Por la parte acusadora, el caso fue llevado por un joven fiscal llamado Richard Schultz, que tal vez no era simpatizante de la administración Nixon, pero que confiaba plenamente en los sistemas político y judicial de los Estados Unidos. No es de extrañar que estos hechos despierten la atención de un director y guionista como Sorkin. El caso representa todo aquello que le ha interesado mostrar en cada una de sus producciones; es decir, una crítica al sistema norteamericano y al mismo tiempo el rescate de aquellos personajes que, a su vez, representan lo mejor de dicho sistema; o sea, sujetos dispuestos a luchar por ideales como la paz, la libertad o el bien común. En sus realizaciones anteriores, Sorkin había realizado tales planteamientos desde diversas instituciones propias de los Estados Unidos.

En The West Wing lo hizo desde el poder ejecutivo, en Studio 60 desde los medios de comunicación y en The Newsroom desde la prensa. Ahora su arena será el Poder Judicial y particularmente los complicados recovecos legales que tiene un juicio. Con mucho conocimiento del lenguaje cinematográfico, Aaron Sorkin va a hacer de la corte un escenario en el que convergen diversas posturas políticas, en donde salen a flote todas  las imperfecciones de un sistema, las cuales serán desmenuzadas por una cámara y un montaje que conducen al espectador de un lugar a otro en acciones marcadas por diálogos perfectamente escritos y que van a convertirse en una punzante arma de denuncia y en un alegato en favor de la justicia.

Para ello, Sorkin contará con actores de extraordinario nivel. Mark Rylance como William Kunstler, el idealista y entregado abogado defensor de los 7 acusados, El fantástico Sacha Baron Cohen, quien interpreta al desenfadado y alucinante hippie Abbie Hoffman, y su noble y centrado camarada Jerry Rubin, a quien da vida un espectacular Jeremy Strong (estrenando así el Emmy por su actuación en esa maravilla serie que es Succession), Eddie Redmayne que se pone en el papel del líder de los estudiantes moderados Tom Hayden y un impresionante Frank Langella que da vida al intransigente y racista Juez Julius Hoffman, entre otros.

Un importante grupo de actores que logra una película coral en la que cada uno es relevante para el desarrollo de la historia, de una trama compleja y profunda. A pesar de tratarse de un drama con tintes legales, la película tendrá momentos hilarantes, lo cual ayudará a relajar un poco el transcurrir del filme, tan sólo para irrumpir después con poderosos diálogos que reflejarán la postura del director ante hechos que a todas luces le son injustos.

Es en lo anterior en donde recae la pertinencia de la película. Sorkin no tiene empacho alguno en tomar una posición ante los hechos que relata. Para él todo el juicio solamente es una forma para demeritar a un movimiento que buscaba revertir las políticas bélicas norteamericanas; por lo tanto, el filme es una muestra de cómo las instituciones pueden ser utilizadas por el gobierno para tales fines. Cuando el Fiscal Schultz (Joseph Gordon -Levitt) es llamado para hacerse cargo del proceso se le hace una advertencia: tenía que ganar el juicio para dar un golpe de autoridad, para demostrar que quienes pedían el regreso de los combatientes en Asia eran en realidad una amenaza para la seguridad nacional.

Luego entonces, se trataba de convertir el proceso judicial en un instrumento de propaganda para el ocupante en turno de la Casa Blanca. Además hace hincapié en las mentiras que puede utilizar la autoridad para defender el comportamiento de la policía, en un momento en el que las actuaciones recientes de los cuerpos de seguridad en Estados Unidos en contra de las minorías ha tomado tintes racistas y fatales, The Trial of the Chicago 7 mostrará que la utilización de la policía en contra de las mismas es un componente frecuente en la historia moderna de los Estados Unidos.

Una de las mejores escenas del filme se da cuando los policías arrinconan frente a un restaurante a un grupo de activistas que intentaban huir de una refriega con ellos. Dispuestos a acabar con los mismos, los policías van a despojarse de sus placas e identificaciones para arremeter con furia contra las y los jóvenes que intentaban protestar contra ellos. Un frágil aparador divide a la acción de la calle de la que está sucediendo al interior del local en donde personas de clase alta miran la televisión mientras discuten sobre la convención que se lleva a cabo en la Ciudad.

Cuando los policías, convertidos en una masa violenta y sin identidad terminan cargando contra los manifestantes, el muro de cristal que dividía a los “bien portados” de aquellos que son identificados como “antisistema” se rompe en añicos. Sorkin pone un énfasis muy interesante en la escena anterior: todos forman parte de un país cuyas divisiones son frágiles y que en un momento determinado, éstas terminarán por caer para envolver a todos en situaciones en las que serán puestos a prueba, en las que toda una nación y las ideologías que lo sostienen lo estarán.  

El Juicio de los 7 de Chicago es una película intensa, llena de momentos escritos y filmados con suma inteligencia. Es un filme que al retratar un momento inscrito en el pasado, está presentado un espejo para que la sociedad del presente pueda reconocerse y entender que la coyuntura que hoy existe en los Estados Unidos –y en buena parte de Occidente con el crecimiento de los partidos de ultraderecha– sigue inscrita en una serie de prejuicios, de actos discriminatorios que siguen provocando situaciones injustas con la anuencia de instituciones que deberían estar ahí para proteger los derechos humanos y las garantías que permiten la convivencia, el desarrollo y la felicidad tanto individual como colectiva. La película está disponible en Netflix.

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