Fascina Mimi Stillman con su flauta mágica

Derrocha talento en el concierto nórdico de la OSY.

Hacia finales del siglo XIX, los estándares estilísticos de los compositores europeos aún mantenían cabos atados a la corriente del Romanticismo. Una de sus vertientes desemboca en lo nacional, que también desarrollaron algunos de los hijos más importantes de Escandinavia. Dos de los más famosos, el finlandés Jean Sibelius y el noruego Edvard Grieg, son prodigiosos ejemplos de aquella tendencia que todavía tiene la capacidad de seguir asombrando hoy, siglo y medio después, apuntalados por ese extenso lenguaje sinfónico suyo, con el que pudieron trascender las fronteras de sus patrias y de su tiempo.

El programa número cuatro de la temporada treinta, fue hecho brillar por la Sinfónica de Yucatán mediante un ingrediente que se obtuvo gracias a la ocurrencia genial de traer a Mimi Stillman, dueña de un virtuosismo que lleva a pensar cómo la flauta, milenaria que es, finalmente fue inventada para ella y para nadie más que ella. El repertorio de escandinavos comenzó con la celebérrima Suite de Peer Gynt –la número uno de las dos que compuso Grieg– que describe en una dimensión diferente de la literatura, el ambiente de misticismo y folclor noruegos.

La dulzura de “La Mañana”, con su melodía inequívoca arropada por un entorno de impresionismo gradual, inició un concierto que tenía un caudal de cosas qué ofrecer. Las partes restantes de la suite, cuya fama es estándar en la colección de los villamelones, sonaron con la exquisitez que demuestra disfrutar la música en vivo, nada comparable a la intermediación de un televisor o un equipo de sonido. Estar en aquella sala de concierto hace una diferencia tremenda para aquilatar el esfuerzo artístico, merecedor del aplauso y de un respeto que no se logra ni permaneciendo resguardado en los pasillos del Peón Contreras.

Ese mismo respeto, sumado a la admiración –y hasta gratitud– por el talento de la flautista norteamericana Mimi Stillman, hicieron gozar una velada memorable, hasta el punto de que será referente para ocasiones ulteriores. Carl Nielsen, compositor danés, neoclásico, completó la triada de europeos septentrionales. Nunca pudo imaginar que su Concierto para Flauta llegaría a una dimensión excelsa en las manos de la solista invitada, que en todo momento cautivó con una musicalidad fuera de serie. Formado de dos partes que simplemente llamó Allegro moderato y Allegreto por la velocidad de sus tempos, este concierto se suma a las obras de gran virtuosismo que dan enriquecimiento a esta temporada, como el increíble concierto doble de arpa y oboe de Lutoslawski recientemente interpretado por los maestros Ovcharov y Bennett.

El rol de la maestra Stillman, a pesar de su talante principal, dio un equilibrio insospechado entre su instrumento y el pleno de la orquesta. Ese balance se planteaba perfecto compás tras compás. Cada frase musical era un esmero en la recordación del legado de Beethoven o Mozart, sin ser ninguno de ellos. Nielsen sobresale a cada palmo con gracia propia, magistral en su composición que bien mereció la ilimitada destreza de la orquesta. Fueron muchos los momentos de brillo intenso, como el dueto con la viola de Nikolay Dimitrov, que hizo pensar en lo atinado que sería otro concierto doble con estos geniales intérpretes.

El agradecimiento del público, de moderado entusiasmo, fue cálido lo suficiente para animar la presentación de un encore de la grandiosa flauta invitada. De la mano de Jean Baptiste Arban, el obsequio fue “Variaciones sobre el Carnaval de Venecia” cuya impresionante ejecución, se basa en trasladar a la flauta aquellas versadas partituras siguiendo a Paganini. Una obra portentosa que, en el bagaje de Mimi Stillman, es de lo más natural interpretarla mientras sonríe. Solo entonces, el público saltó de sus asientos para aplaudirla de pie y lanzar algunos vítores por su admirable calidad musical. Su despedida, entre flores y sonrisas, dejó un excelente sabor en la noche.

El concierto tuvo un cierre de grandes proporciones. La sumamente bella Sinfonía No. 5, Op. 82 de Jean Sibelius encerró en tres movimientos –en vez de los cuatro acostumbrados– una orquestación de maderas, metales, timbales y cuerdas en un nivel excelente. La simetría de sus motivos concedía el espíritu de su elegancia sin ser necesariamente fastuosa. Llega a elevadas cotas de hermosura, siendo su aroma aquel nacionalismo decididamente finés. La obra transcurre en una densidad que, en efecto, la sitúa como una de las grandes quintas sinfonías, exactamente como advirtiera el maestro Lomónaco, antes de comenzar a dirigirla. Va de lo discreto a lo notable de sus fortes con un desenvolvimiento maduro, incapaz de alterarse mientras avanza y describe poéticamente la estirpe de sus melodías.

Sin duda fue uno de los mayores aciertos haberla interpretado, cosechando el aplauso de un público que quizá no sospechaba la grandeza de aquel rico repertorio. Los pueblos escandinavos contrastan la frialdad de su geografía con el calor de sus compositores. Muestran una riqueza cultural diferente a la del resto de Europa y del mundo, pero que en medio de sus fiordos y cordilleras son hogueras que hasta pueden llenar de magia una noche en Mérida de Yucatán. ¡Bravo!

 

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