Sobre “Noche Rosa” de Alexa Torre y José Luis Rodríguez

La instalación redefine la identidad femenina. Puede verse en el Olimpo de martes a domingo.

Intervenir un espacio con diversos elementos y lenguajes unificando un discurso común es lo que propone “Noche Rosa”,  instalación de los artistas Alexa Torre y José Luis Rodríguez que se presentó en el Olimpo en un discurso que cuestiona la matriz patriarcal como construcción hegemónica y totalizante, abriendo un espacio de reflexión sobre la construcción de la identidad femenina en y desde la mirada de ambos artistas (mujer y hombre), a partir de dos elementos de alta iconicidad que se instalan en la propuesta como símbolos mayores: el color rosa y la fotografía con la imagen de unas piernas de mujer al centro de la sala. En un estado menor, en cuanto zona espacial del constructo, se encuentran los elementos de los costados que acompañan y refuerzan el discurso dominante a modo de pequeños relatos individuales que se desplazan y dialogan entre sí y, al mismo tiempo, con la imagen mayor.

Esta propuesta es interesante en primer lugar porque el pensamiento dominante patriarcal no sólo debe ser discurso de mujeres, sino de los hombres que, desde otro lugar también se ven afectados, y de toda una sociedad; en segundo lugar, al poner en el tapete ambas miradas, una femenina y otra masculina en contraposición a la construcción dicotómica que se ha creado de la figura del ser humano en la relación hombre-mujer, puesto que ambas miradas apuntan a una misma idea e intentan dar forma a un discurso que desarma la lógica del complementarismo implícita en esa edificación binaria.

Los elementos se instalan en un recorrido que propone la relación de éstos con la carga significante que poseen dentro de un sistema que enfrenta y cuestiona, desde su propia naturaleza,  la relación con el ideario social y cultural en el que se insertan. Así cada elemento tensiona su propia concepción con el corpus femenino que define la instalación, apelando al corpus-social-político como subtexto gravitante. Lo femenino, en tanto corpus es, en este sentido, corpus social y político a la vez.

Cada elemento utilizado (jabón, espejo, fotos, velas, almohada, papel higiénico, etc.) emplaza un diálogo silencioso que a ratos se enfrenta, tensiona y asume roles diversos para refutar, cuestionar y reflexionar desde y en lo femenino en un acto simbólico que apunta al gran paradigma. A eso se suman las frases escritas en el piso que acompañan las edificaciones simbólicas, entre ellas: “sueño no interrumpido”, “arte digital”, “Venus de vino”, por citar algunas. La posición de los objetos y cómo se  enfrentan y aparecen desde el suelo, también asume un rol protagónico. 

Es una posición inferior, estado de fragilidad-vulnerabilidad que los somete al espacio, los invisibiliza en la tonalidad rosa y los somete a la posibilidad de ser pisados, “pasados a llevar” en el tránsito-recorrido por la instalación. La instalación, en esta propuesta, acciona como operador que fricciona los cuerpos en la manera como interactúan, poniendo en juego la maquinaria que, en su marcha, va talando (talación), dejando caer al suelo los elementos tras el deterioro natural de su uso, asumiendo la carga del desgaste del paradigma a través del tiempo.

El color rosa atraviesa toda la instalación y crea una atmósfera de penumbra-rosa que anula la visibilidad y crea una suerte de ensoñación en la relación que establecemos con los elementos presentados. La vida en rosa, los sueños en rosa, la habitación en rosa y los elementos contaminados del color rosa asumen una presencia difusa y fantasmagórica, poco real, como si lo que estamos viendo no obedeciera a esta realidad, sino que estamos sumergidos en otra realidad.

La persistencia del color rosa, justamente por su intromisión en la escena, envolviendo y llenándolo todo, en su alta carga como elemento kitsch, cumple una función contraria, su presencia dominante en cuanto color y contenido, sustentando el discurso, es otro elemento que redefine el sentido universal de ser el símbolo que tipifica lo femenino a ser un símbolo (anti)femenino, asumiendo un rol subversivo y de rechazo; la propuesta nos obliga a mirar desde ese color, a pensar y reflexionar desde el rosa.

Al fondo, la instalación propone una imagen femenina de piernas cruzadas con zapatos rosa y una falda corta, imagen atravesada por el sistema sexo-género. La fotografía atribuye al cuerpo femenino un valor como sostenedor y depositario de su propio narcisismo, así como la relación de éste con una sexualidad que edifica la representación de la identidad femenina asumiendo, en esa postura, aquello que “le es propio como mujer”.

Tanto la vestimenta como la postura de las piernas cruzadas, dan una imagen de alta pregnancia icónica a la instalación, ya que proponen simbólicamente el patrón que regula, en una ordenación perversa, a la mujer como imaginario femenino patriarcal, mientras que, a los costados, los elementos cuestionan y dialogan con la foto, algunos desde el piso, otros en una distancia menor, pero siempre desde un sustrato inferior agudizando los distintos niveles de tensión. Así la figura propone una argumentación hipersexualizada que define el ideal de género implantado en la identidad de la mujer, no sólo por el entorno directo, sino por toda una sociedad; de la misma manera, en ese mismo acto, la cuestiona y la redefine.

La exposición puede verse de martes a sábado de 10am a 8pm, y el domingo de 10 a 3pm. La entrada es libre.

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