El periodismo lo es todo: entrevista a J.M. Servín

Mixar López charló con el escritor y cronista J.M. Servín acerca de periodismo, literatura, la subjetividad, su amigo Sergio González Rodríguez, “La Mataviejitas” y de su más reciente novela, "Mi vida no tan secreta", publicada por Random House en 2022. ¡No dejes de leer esta entrevista...!

El escritor J.M. Servín nació en 1962 en un dispensario médico de Tepito, D.F. (México). Desde la secundaria se hizo autodidacta y en 1993 viaja para trabajar como indocumentado en Nueva York, Dublín y París. A su regreso, casi diez años después, comienza a colaborar periódicamente en medios de circulación nacional. Como Hunter S. Thompson, cree que el periodismo lo es todo, “incluso mierda mal pagada para los de abajo”.

          Entre sus obras destacan las novelas Cuartos para gente sola, Por amor al dólar, Al final del vacío y DF Confidencial, crónicas de delincuentes, vagos y demás gente sin futuro.

En esta entrevista charlamos acerca de periodismo, literatura, la subjetividad, Sergio González Rodríguez, “La Mataviejitas” y de su más reciente novela, Mi vida no tan secreta (Literatura Random House, 2022).

El recién fallecido escritor Milan Kundera escribió en La insoportable levedad del ser lo siguiente: “Desprecia la literatura en la que los autores delatan todas sus intimidades y las de sus amigos. La persona que pierde su intimidad, lo pierde todo”. ¿Qué opina J. M. Servín de la narrativa en primera persona y la autoficción?

          Es una sentencia muy atrevida, un escritor nunca pierde su intimidad, comparte una parte de ella para construir un universo propio. Se necesita un enorme valor y salir de la comodidad en la que tantos escritores hoy en día escriben sin arriesgar nada de sí mismos. Hay una enorme tradición de escritores donde escriben desde su yo más íntimo, por mencionar algunos Fray Servando Teresa de Mier, José Rubén Romero, Martín Luis Guzmán Henry Miller, Cèline, Jack London, Maeve Brenan, Lucia Berlin, Joan Didion, Gilma Luque, Ricardo Garibay, Rafael Pérez Gay, James Ellroy, Chester Himes, Emmanuel Carrere.

Lo que hoy llaman “autoficción” está etiquetada así por una estrategia mercadotécnica de las editoriales que apenas y se dan cuenta que desde hace muchos años el testimonio, la autobiografía y la no ficción autorreferencial son una vertiente narrativa muy potente, sobre todo en Estados Unidos. Aquí lo hacen pasar por nuevo y hoy en día ya se colgaron varios escritores y escritoras de México que, inventándose una vida, terminan por aburrir. Javier Marías odiaba la autoficción. Ojalá y algún día leamos una gran novela autobiográfica de los niños bien de nuestras letras. Yo escribo en primera persona y con base en mis experiencias personales desde mis primeros relatos. Es la única posibilidad que tengo de narrar lo que quiero con mis limitadas herramientas.

 

¿La literatura puede rescatar vidas y redimir actos terribles?

La literatura no es para rescatar o redimir a nadie. Yo no conozco casos de redención a través de la literatura. La literatura te vuelve un apóstata, si acaso. Ni al Marqués de Sade, Jean Genet, William Burroughs o Iceberg Slim los redimió su grandeza radical como escritores. Los lectores deberían de tener un radar para detectar el adoctrinamiento de quien se siente superior. Aquí en México se da con frecuencia.

 

¿Todas las situaciones de conflicto producen buenos escritores?

A los buenos escritores los forma el trabajo duro, sus lecturas y un universo propio. Los conflictos sólo son obstáculos que impiden escribir más y mejor antes de beber sin pensar en lo que no has escrito.

¿Cómo es que te decidiste en 1993 por el aprendizaje autodidacta?

No tenía de otra, sólo estudié cuatro meses de prepa, pero leía mucho desde niño, eso me convirtió en un tipo gruñón e introvertido, nada exterior a mí me satisfacía. En cierto momento había que vomitar de algún modo el coctel de bebida y lectura con avidez de neurótico. Tenía como faro a Jack London y su Martin Eden, eso me mostró cómo sujetos como yo podrían convertirse en escritores partiendo de la nada, únicamente tenacidad.

 

¿Qué recuerdas de tus jornadas laborales, trabajando en gasolineras, cocinas y campos de golf en Nueva York?

Fueron años de mucho aprendizaje agotador y me divertí mucho, sobre todo en la gasolinera, me la pasaba muy bien trabajando entre menesterosos y hamponcillos. Viví desde las trincheras el trabajo indocumentado entre sujetos dispuestos a tirar la zalea por unos dólares. Llevé mi resistencia física y mental al límite. Sobreviví y gané unos cuantos dólares que me gasté en bebida, mujeres y viajes, además ayudé a amigos y familiares. Lo recuerdo mucho, quisiera regresar a esa época y volverlo hacer.

 

¿Qué representa para ti el premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez?

Fue hace mucho tiempo, casi veinte años. En su momento fue una motivación enorme. Yo no tenía nada y aunque ya tenía textos publicados, no pasaba gran cosa conmigo. El año cuando gané el premio, 2004, publiqué mi primera novela con una editorial de prestigio, gracias a que Andrés Ramírez confió en mí. El dinero del premio me lo gasté en Acapulco con mi ex esposa. De ahí en adelante me convertí en colaborador frecuente en las mejores publicaciones impresas mexicanas que había en aquel momento. Durante algunos años pude vivir de mi trabajo. Eso terminó pronto, las publicaciones se fueron a la mierda gracias a internet, entre otras cosas. El chiste es durar, como dice Nelson Algren.

 Alberto Fuguet escribió en Tinta roja (1996), que el periodismo, como la prostitución, se aprende en la calle. ¿Cuál es tu opinión?

Hay prostitución de lujo que no se ve en la calle, lo mismo pasa con el periodismo y la literatura.

 

Por otro lado, Hunter S. Thompson, escribe en Miedo y asco en Las Vegas (1971): “El periodismo no es ni un oficio ni una profesión. Es un cajón de sastre al lado posterior de la vida, un agujero sucio y meado desechado por el supervisor de la editorial, pero justo lo bastante profundo para que un borracho se acurruque allí desde la acera, y se masturbe como un chimpancé en la jaula de un Zoo”. ¿Es para ti el periodismo una profesión, un oficio o todo lo que define Gonzo?

Suscribo la idea del gran Gonzo. El periodismo lo es todo, incluso mierda mal pagada para los de abajo.

 

¿Un periodista no se forma con la sola lectura de los diarios?

Por supuesto que no, pero hoy en día parece que los periodistas se nutren de lectura de Twitter, Whatsapp y datos falsos. El medio cultural está lleno de asnos presuntuosos.

 

¿Existe un boom de la crónica en México?

No, la crónica tiene una larga y robusta tradición mexicana. Está convertida en la interlocutora que increpa a un país roto y enfermo. Ciertos medios y la fundación con el nombre de Gabo intentaron imponer un modelo aristocrático de lo que es la crónica. Les falló afortunadamente y muchos de esos dizque referentes, no tienen nada interesante que narrar. Lo mismo está pasando con ciertos novelistas, por eso ahora tratan de colgarse de la “autoficción”.

 

¿Todo texto periodístico es subjetivo?

Forzosamente, sí. La “objetividad” es una premisa falsa propagada desde la academia y por periodistas anquilosados. Piensa en todo el Nuevo Periodismo, Emmanuelle Carrere, Svetlana Aleksiévich, Vicente Leñero y decenas más, todos excelentes.

 

“El poder adversario de la forma de relatar de J. M. Servín es algo excepcional en las letras de lengua española. Refiere al lado oscuro de la vida, a las pulsiones de supervivencia, a la sustancia negativa que encubre lo cotidiano”. Escribiría Sergio González Rodríguez sobre tu narrativa, y quien además, firma el prólogo de tus libros Por amor al dólar (2006) y Al final del vacío (2007) ¿Qué representó en tu vida Sergio González Rodríguez?

El “Serge”, es un escritor único en México, insustituible. Sólo prologó Al final del vacío, fue de los muy pocos que reconocieron mi trabajo sin los prejuicios que hasta hoy vivo en el medio literario, lleno de convenencieros. Sergio siempre tuvo palabras de aliento y elogios sobre mi escritura. Alguna vez me dijo que le sorprendía mi poca ambición para ser una figura en las letras mexicanas. Eso nunca me ha interesado. La fama huele a impostura, podredumbre. Sergio se anticipó a muchos fenómenos y su lucidez descabellada era abrumadora. Su conocimiento sobre temas como lo delincuencial en la sociedad me abrieron puertas de conocimiento y sabiduría noctámbula. Tuvimos una amistad sólida, sin imposturas. Era mi sensei. Despedirme de Sergio fue como seguir caminando en un pasillo a oscuras.

 

Fuiste uno de los primeros periodistas en escribir sobre la asesina serial mexicana Juana Barraza Samperio, “La Mataviejitas” que sin saberlo, cambió su carrera criminal y su libertad por quince minutos de fama. La crónica sobre este personaje, está publicada en el libro D.F. confidencial: crónicas de delincuentes, vagos y demás gente sin futuro (2010). Ahora, con el estreno de la serie de true crime para Netflix La dama del silencio (2023), de María José Cuevas, ¿cuál es la continuidad de tu lectura con referente a este caso?

Ya no me interesa ese tema, sería a toro pasado. Investigué mucho sobre ese caso y aunque quise escribir un libro completo, las editoriales prefirieron los maquinazos del oportunismo y decidí no caer en eso. Las plataformas de televisión producen docubasura amarillista, ya lo vimos con el caso de Paco Stanley, la Narcosatánica y ahora con La dama del silencio y otras más, pura especulación y lugares comunes. Netflix hizo una promoción enorme, infomerciales manejados como notas periodísticas. Seguro les darán un Ariel a alguno de estos docus.

Esas recuperaciones dizque históricas usan la misma fórmula de entrevista a un personaje que habla pura chatarra, un escenario pálido y la simulación de reivindicar a los deudos o a los castigados por la justicia casi inexistente, como el caso de Juana Barraza, es una crítica social con calzador para usar alpargatas. Oportunismo montado en la corrección política. Intentan poner atenuantes a personajes que han hecho mucho daño. Los actos imperdonables de criminales como Juana Barraza sólo porque son mujeres, casi terminan exoneradas. Está presa y sentenciada hace casi veinte años, le dieron 470 y es irrevocable. ¿Qué quieren demostrar? Aquí hay gente que al parecer apenas se da cuenta de que viven en una sociedad patibularia y que habemos millones de víctimas de un modo u otro.

El otro caso que ahí tocan es el de Aracely Vázquez, presa hace 19 años confundida por ser la Mataviejitas. Ese tenía que ser el tema del documental, pero lo tocan de pasada. El País publicó su investigación de la productora y de la directora del docu. Ni siquiera entrevistaron a la psiquiatra Feggy Ostrosky ni al criminólogo Martín Gabriel Barrón. Ambos expertos escribieron libros muy completos sobre el caso Barraza. De los novelistas sobre el tema, ni hablar, dan pena. Ni siquiera se tomaron la molestia de ir a buscar a Barraza en la penitenciaría de Santa Marta. Tras el humo de la “denuncia” y derechos humanos sólo hay morbo. Las buscadoras y sus desaparecidos también necesitan atención, pero le vale madres hasta al presidente. Netflix está repleto de docuseries de True Crime estadounidenses, podrían aprender de ahí.

Ojalá y alguna vez veamos un buen documental sobre la industria del porno mexicano y sus variantes en la televisión abierta.

 

 ¿Te han invitado a formar parte de la producción de alguna serie documental para alguna plataforma de entretenimiento?

No sé como relacionarme para obtener provecho de mi trabajo, además dudo mucho que a los productores les interese lo que escribimos los escritores mexicanos, a menos que estén de moda y estén bien conectados. Ahí está la prueba en sus plataformas.

 

¿De qué manera ha cambiado tu literatura, desde Cuartos para gente sola (1999) hasta Mi vida no tan secreta (2022)?

Tengo más oficio y reconozco el enorme valor del fracaso que significa intentar escribir un buen libro. Mi gran cambio es que desde hace mucho tiempo me vale madres el éxito y andar entre la monarquía literaria.

 ¿De dónde surge la idea de narrar ese fresco de familia que se entrecruza con la historia social del entonces D.F. en Mi vida no tan secreta?

La Ciudad de México tiene una leyenda negra impresionante. Todo es turbio y apariencias para disimular la anomia social. Mi familia ha pasado por muchos eventos a lo largo de nuestra vida en común que forman parte de una ciudad donde todo se pudre y para la mayoría es heroico salir adelante. Conozco de primera mano mucha parte de esa historia que atraviesa cuatro décadas del siglo XX. Tenía la necesidad de escribir una novela de no ficción que oliera a clase trabajadora urbana, picaresca y delincuencia. La otra historia social desde las calles, donde no hay lugar para los próceres. Abordé con mucha investigación documental la presencia de Virginia Hill y Pancho Valentino, dos personajes de élite delincuencial. Ahí está la esencia de mi escritura. Soy un narrador hecho de muchas lecturas y de una vida llena de zozobras. No aspiro más que contar todo lo que me falta antes de morir.

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