De la peste y otras pandemias literarias…

Es una idea que puede hacer reír, pero la única manera de luchar contra la peste es la honestidad. Albert Camus

“Los años habían llegado a los mil trescientos cuarenta y ocho, cuando en la egregia ciudad de Florencia sobrevino la mortífera peste. La cual, por obra de cuerpos celestes o por nuestros inicuos actos, la justa ira de Dios envió sobre los mortales… fue originada unos años atrás en partes de Oriente, donde arrebató innumerable cantidad de vidas, desde allí… prosiguió devastadora hacia el Occidente…”

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Así inicia “El Decamerón” (1348) de Giovanni Bocaccio, libro el cual nos relata cómo 10 personas, 7 mujeres y 3 hombres deciden huir de la peste bubónica que flagela la ciudad de Florencia. Entonces, deciden aislarse por diez días en una villa a las afueras de la ciudad, ocasión que aprovechan para contar cada noche historias sobre el amor, la fortuna, el erotismo y el ingenio humano, hasta llegar a 100 cuentos que se van hilvanando a lo largo de esta novela, mientras afuera la enfermedad continúa haciendo estragos entre la población.

En 1772, Daniel Defoe publicó “Diario del año de la peste”, una novela que cuenta los días de la Gran Plaga que azotó Londres en 1665. Aunque esta es una obra de ficción, se cuenta de manera cronológica y con un pretendido afán documental, pues es pródiga en descripciones urbanas, al tiempo que incluye cifras estadísticas bastante aproximadas a la realidad, lo cual dotó a este libro de cierta verosimilitud en lo retratado. Se dice que Defoe se basó en lo consignado por su tío Henry, quien hizo un relato pormenorizado de su tiempo:

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“Entonces el gobierno recomendó paz a las familias y a los individuos, en todo el país y en toda ocasión. Pero nada. Tras la peste de Londres, quien hubiera visto la situación en que acababan de hallarse los habitantes, y lo tiernos que se habían vuelto éstos entre sí, prometiéndose que en el futuro sólo caridad tendrían y no se dirigirían más reproches, ese alguien, digo, habría pensado que por fin reinaría entre todos otro espíritu. Pero no fue posible. Las rencillas subsistieron.”

Aunque existen muchas obras que abordan el tema de las plagas que asolaron Europa, también hay obras de ficción menos conocidas, como “La peste escarlata” (1912) de Jack London, que se ubica en el año 2072 en California, sesenta años después de que una implacable epidemia llamada Muerte Roja (como la del cuento de Poe) arrasara con la raza humana. El protagonista, James Howard Smith, es uno de los pocos sobrevivientes, quien a través de su narración distópica intenta combatir el primitivismo salvaje en el que la sociedad ha caído, subrayando valores civilizatorios como la camaradería, la sabiduría y el trabajo, sin los cuales la humanidad se dirige hacia su inexorable final en este mundo post-apocalíptico.

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Pero tal vez la publicación más conocida sobre este tema sea “La peste” (1947) de Albert Camus, que nos sitúa en la ciudad de Orán, en Argelia, donde el médico Rieux sospecha que hay un brote de peste bubónica. La novela nos muestra un caleidoscopio de personajes, quienes de una u otra forma estuvieron involucrados en el contagio de dicha enfermedad. Camus aprovecha lo anterior para pintarnos una existencia desoladora y el absurdo del hombre en su ilusión de control, sobre todo ante el caos de la vida:

“A partir de ese momento, se puede decir que la peste fue nuestro único asunto. Hasta entonces, a pesar de la sorpresa y la inquietud que habían causado aquellos acontecimientos singulares, cada uno de nuestros conciudadanos había continuado sus ocupaciones, como había podido, en su puesto habitual. Y, sin duda, esto debía continuar. Pero una vez cerradas las puertas, se dieron cuenta de que estaban, y el narrador también, cogidos en la misma red y que había que arreglárselas. Así fue que, por ejemplo, un sentimiento tan individual como es el de la separación de un ser querido se convirtió de pronto, desde las primeras semanas, mezclado a aquel miedo, en el sufrimiento principal de todo un pueblo durante aquel largo exilio”.

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“Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.

Esta reflexión filosófica no está exenta de verdad, pero también hace hincapié en la importancia de la solidaridad entre semejantes. De ahí el epígrafe con el que inicia este texto. Vistas desde hoy, estas lecturas parecen querer decirnos algo fundamental. Tal vez algún día podamos comprenderlo, o tal vez no, sino hasta que la muerte o el futuro nos alcancen; lo que pase primero…

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2 Comments

  1. says: Edgardo Arredondo

    Más reciente. El Médico de Noa Gordon, en su parte medular describe genialmente un pequeño reino azotado por la peste bubónica.
    Excelente reseña.
    Un abrazo mi estimado Ricardo

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