El público de la OSY se rinde ante la octava de Beethoven

"La Orquesta Sinfónica de Yucatán interpretó su segundo programa del año y, a diferencia del anterior, el repertorio fue calibrado para ir de menor a mayor con tal de desembocar en Beethoven. Era, por consiguiente, una cuesta arriba..." Felipe de J. Cervera

“Vuestra alma es un paisaje escogido / que encantan máscaras y bergamascas / tañendo el laúd y bailando y casi / tristes bajo sus disfraces fantásticos”. Fragmento de Claro de Luna, de Paul Verlaine (1844-1896)

La Orquesta Sinfónica de Yucatán interpretó su segundo programa en el Peón Contreras el viernes 4 de febrero de 2022 y lo reiteró el domingo 6 como un caso de equilibrio, ya que a diferencia de su debut en la semana anterior, el repertorio fue calibrado para ir de menor a mayor con tal de desembocar en Beethoven. Era, por consiguiente, una cuesta arriba; y para ello, la primera parte quedó repartida entre Rossini y Fauré.

Fue la obertura de “El Barbero de Sevilla”, con su retintín característico, una delicia para tantos espontáneos deseosos de presenciar -finalmente- un concierto en vivo. Felices, habrán identificado la música con aquel viejo programa de televisión que combinaba cuadros humorísticos entre cámaras al acecho para exhibir algún despropósito in fraganti. Rossini, fiel a su delicadeza, hacia 1815 no sospechaba que en menos de dos siglos sería depreciado a cortinilla de los aquellos episodios en televisión.

Pero la interpretación se supeditaba al recuerdo y, sobre todo al principio, conmueve. Ofrece un refinamiento que se acepta, sospechado por la mayoría desde esa primera impresión. Es rico en el manejo de su cuerda. La alternancia con los alientos, como ocasional, va cobrando relevancia gradualmente. Ligeros traspiés provocaron balbuceos en algunas respuestas. Pero, las dinámicas exactas rescataron la situación. Hacia el final, la partitura obliga a lanzarse a mayor velocidad: se logró una interpretación emocionante, rotunda para el gusto de quienes esperaban un gran espectáculo. Y desde luego, la ovación colmó el espacio.

Fauré, maduro, floreció con su pequeña suite “Máscaras y Bergamascas”, que un tanto puede referirse a las danzas italianas de Bérgamo, pero es frontalmente relativa a la lírica de Verlaine, enfocado a la corriente que le define: las fiestas galantes, el reflejo de un ambiente melancólico y extrañamente jocoso. Desalentado por su pertinaz sordera, Fauré casi rechaza el encargo de componer esta suite que resultó ser de lo más convocado en su colección. Integrada por un cuarteto de temas -cada uno, ordinariamente aplaudidos, mancando el hilván expresivo- está provisto de una obertura, un minueto y una gavota rematadas por un motivo pastoral, el de mayor reflexión, casi como escuchar un consejo. La interpretación, acotada de precisiones, mantuvo la respiración a un mismo pulso cuidadoso. El aplauso final debió manifestar mayor gratitud, pero no fue así.

Beethoven, por fin. La octava sinfonía nunca necesitará un cubrebocas. Pide mayor énfasis para evidenciar los súbitos matices -a veces tenues, otros vivos, todos agraciados- que vivían en el alma del genio y que los volvió pentagramas. Sin embargo, todo bien. En Beethoven nada es pequeño, ni humilde pese a ser candoroso. Y la sinfónica halló el modo de muscularse para montar al toro que se hacía más salvaje o para refrescar como llovizna. Entendería muy bien cada significado de las frases tejidas. Y así sonó.

El transcurso de la mal llamada sinfonía pequeña escaló de un salto a la cumbre. Desde las alturas, baila, juega, esgrime sus bondades y parece que nunca necesitará descender. La OSY, magnífica desde batuta, hizo un trabajo bueno y en remuneración, consiguió ovaciones con honrados vítores. Considerando las intenciones de cada compositor, los programas de la Orquesta Sinfónica de Yucatán llevan un estilo depurado en su lógica. Cada programa está balanceado, como lleno de nutrientes necesarios para el espíritu. Esta vez, sin reservas, lo ha vuelto a demostrar. ¡Bravo!

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