Audiencia vs. Reporteros: La práctica periodística en tiempos convulsos

“Vendido” es quizá la palabra más decente que muchos periodistas están recibiendo en México en estos electorales días. Los improperios dedicados a quienes tienen por oficio la narrativa de lo cotidiano, de los hechos que poco a poco van conformando a eso que se conoce como la historia, están siendo el pan de cada día de quienes laboramos en medios de comunicación de manera electrónica y escrita, principalmente.

Son tiempos complicados en los que -quizá como nunca-, las audiencias, los lectores, están juzgando el papel de la prensa en nuestro país. Existe una enorme tendencia por parte de quienes están al otro lado de la pantalla o del micrófono a juzgar la labor del periodista, algo que por supuesto hasta cierto punto es saludable y necesario. La pregunta sin embargo es: ¿qué tanto se está ejerciendo en este momento una crítica fundamentada a la labor informativa de hombres y mujeres que se dedican al periodismo, una crítica sustentada con argumentos que poseen algo que va más allá de la mera diatriba simplemente porque no se está oyendo o leyendo algo que vaya de acuerdo a la posición política con la que la audiencia simpatiza? El fenómeno es interesante y creo que merece ser discutido. Pero vayamos por partes…

En primer lugar, hay que admitir algo: sí, existe un buen número de profesionales de la comunicación que venden su pluma o su micrófono al poder en turno. El “chayo”, como se le conoce coloquialmente al pago que recibe un comunicador por escribir favorablemente a un político o criticar violentamente a sus adversarios, aún existe. Las salas de redacción están llenas de reporteros, conductores, articulistas y columnistas que sin pudor alguno (o tal vez con algo del mismo, el cual ocultan perfectamente) reciben alguna compensación por publicar notas o artículos que son del interés de cierto funcionario. Quien diga que el chayo ha desaparecido miente descaradamente, pues no creo que exista alguien que se dedique a la comunicación que no haya sido en algún momento de su carrera tentado a recibir algún tipo de pago u obsequio por parte de algún político por el trabajo realizado.

Pero también es cierto que son muchos los periodistas y trabajadores de la comunicación que mantienen una postura ética respecto al tema y han logrado mantenerse alejados de dicha práctica. Incluso aunque se trabaje en medios con una línea editorial cercana al poder, es posible mantener un compartimiento moral y ético además de cierto grado de independencia. Por supuesto que en esos casos siempre se navega entre aguas turbulentas, pero con el tiempo se aprende a llevar a la profesión a buen puerto sin chocar con los icebergs que guardan en su interior una buena cantidad de billetes. Pero como suele suceder en muchas situaciones de la vida, lamentablemente siempre terminan pagando justos por pecadores y creo que actualmente en México buenos periodistas están siendo atacados injustamente por enardecidas audiencias que reclaman escuchar o leer lo que ellos quieren y no lo que realmente es.

En segundo lugar, existe un buen número de periodistas que han ejercido su carrera practicando el periodismo militante; es decir, ese periodismo que difunde una ideología política con la intención de que ésta alcance el poder. Es un periodismo que no se circunscribe a una corriente ideológica, dado que entre sus practicantes se encuentran desde los izquierdistas más radicales hasta sus contrapartes de la derecha pasando por todo el espectro ideológico y político que existe en nuestro tiempo.

Su validez por supuesto está en entredicho pues renuncia a principios básicos de la deontología periodística como lo son la investigación, el rigor, la pluralidad de voces y la sustentación de hechos con pruebas. Es evidente que en tiempos tan polarizados como los que hoy vivimos la audiencia o los lectores parecen confundir al buen periodismo con el periodismo militante, ya que es el segundo el que les está ofreciendo una postura política que va de acuerdo con la suya. Con lo anterior no quiero decir que el periodista tenga que renunciar a tener una posición ideológica; eso equivaldría a pedirle que renuncie a su propia condición como ente político y social.

Sin embargo, a pesar de dicha posición, una de las obligaciones de todo profesional del periodismo es la de siempre confrontar a su propia corriente de pensamiento con los hechos mismos y con otras formas de interpretarlos para así poder presentar información más cercana a la veracidad. Y sobre todo, publicar información que le sea útil a la sociedad a la que está dirigida y no al poder en turno o a la agrupación política que quiera alcanzarlo.

Como tercer punto, cito algo que en parte consecuencia de lo anterior, pero que también tiene que ver con una confusión que tal vez sea producto de la hibridación que hoy existe entre los llamados géneros periodísticos. Hoy en día las líneas que dividían al artículo de opinión de la columna o a la crónica del reportaje son cada vez más delgadas. Ello, me parece, es producto de las transformaciones que la tecnología ha traído a la narrativa periodística; no obstante, dichos cambios aunados a la práctica del periodismo militante han creado en la audiencia la falsa percepción de que la opinión forzosamente debe estar representada en dicha narrativa.

Quizá el caso más evidente de lo anterior sea la entrevista. En muchas ocasiones se acusa a un entrevistador de realizar preguntas “a modo” simplemente porque abre el micrófono a algún actor político que es cuestionado fuertemente por sus contrapartes (y por la audiencia que simpatiza políticamente con ellas), o porque no confronta a dicho personaje en algo que se parece más a un debate ideológico que a una conversación, cuando el objetivo de una entrevista siempre es el de que sea el entrevistado quien exprese una opinión, brinde información (aún aquella que pretende ocultar siempre y cuando sea de relevancia periodística) o hable sobre su carrera, haciendo una semblanza sobre sí mismo que permita al lector o televidente conocer más a fondo al entrevistado.

Los tres puntos anteriores explican en cierta medida este fenómeno que se agiganta con la polarización que se vive hoy en México dado el proceso electoral que vivimos en el que dos modelos de país se encuentran en disputa: el representado por Andrés Manuel López Obrador y aquel que encarnan Ricardo Anaya y José Antonio Meade. Hoy el partido que se toma por ambas concepciones de lo que -según ellos-  debe ser el país es llevado a la arena mediática por aquellos medios, periodistas y comunicadores que simpatizan con una u otra de las opciones y los que tratan de mantener un sentido crítico ante las mismas (a pesar de su propia orientación política e ideológica).

Entre ambas posturas se encuentra una sociedad que igualmente se ha anclado en esquinas opuestas de dicho espectro político y que mira con recelo a quien coincida con un proyecto diferente al que apoya. Lo cual lleva a los lectores, oyentes y televidentes a desacreditar a cualquier mensaje periodístico que no concuerde con la orientación política que ha elegido en este proceso, por lo que se está generando una audiencia radicalizada que ha dejado a un lado la crítica informada para pasar al insulto, al agravio y a la más arbitraria descalificación teniendo como principal blanco de dichos ataques no a la fuente del mensaje, sino a quien se encarga de transmitirlo.

Se trata de un encono que, como he tratado de argumentar, es producto de varios factores (provocados también, como ya vimos, en buena medida por los propios comunicadores y periodistas) que están generando accidentalmente una brecha muy amplia entre el periodismo serio y esas mismas audiencias que no parecen entender que –sobre todo en estos tiempos de las llamadas “fake news”– ese periodismo, la información y la opinión que produce es sumamente necesaria para ayudar al votante a tomar una mejor decisión al momento de ir a las urnas. Lo preocupante es que esa brecha sea insoslayable y que, una vez terminado el proceso electoral, haya sentado los cimientos para una práctica periodística que solamente puede tener éxito si pasa por el filtro de la militancia ideológica. Todo en un país en el que el control de los medios sigue en manos de unos cuantos grupos, lo que puede generar un golpe a la malograda transición democrática mexicana que termine por hundirla en un rocoso acantilado del que sea prácticamente imposible salir. Veremos…

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