“El desprecio”, filme preciosista de Jean-Luc Godard

La película ganó la Palma de Oro en Cannes y con motivo de su 60 aniversario, ahora se presenta en su versión restaurada. Con un reparto encabezado por la diva francesa Brigitte Bardot, Michel Piccoli, Jack Palance y el legendario director Fritz Lang, la cinta puede verse en Mubi.

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¿Qué se necesita para que una mujer deje de amar a un hombre y lo desprecie? Bajo esa premisa, Jean-Luc Godard dirigió “El desprecio” en 1963, una película que hace años que quería ver y que por fin pude apreciar recientemente. Basada en la novela homónima de Alberto Moravia, me pareció un filme bellísimo en su composición fotográfica, casi preciosista, algo no muy común en las cintas de Godard de la cual esta es una de las menos experimentales y, por lo tanto, una de las más accesibles de su filmografía.

Con un reparto encabezado por la diva francesa Brigitte Bardot, Michel Piccoli, Jack Palance y el legendario director Fritz Lang haciendo de sí mismo, la película muestra la descomposición de una pareja a partir de un hecho insignificante, el cual no se explica del todo, sacando de quicio al protagonista -y también al espectador-. La cinta ganó la Palma de Oro en Cannes y con motivo de su 60 aniversario, ahora se presenta en su versión restaurada en 4K.

La bella Camille, casada con Paul, ante los avances del productor Prokosch, comienza a despreciar a su marido sin que este entienda el porqué de sus acciones, todo ello enmarcado en locaciones de Roma y Capri, teniendo como telón de fondo la filmación de “Odiseo” con el propio Lang como director. En ese sentido, la película se inscribe en lo metafílmico, pues es cine dentro del cine. Fotografiada en Cinemascope (su equivalente sería hoy en día las cámaras IMAX), nos muestra las bellezas naturales de Capri, y la no menos natural de la Bardot al desnudo.

La banda sonora de Georges Delerue es simplemente deliciosa, y sirve como leit motiv en varias escenas no exentas de cierta nostalgia y melancolía. que de alguna forma vaticina la muerte del cine como lo conocemos, ya que también es una fuerte crítica al método industrial de ensamblaje al estilo Hollywood. También es un homenaje de Godard a filmes del neorrealismo italiano como “Viaje a Italia”, de Roberto Rossellini, que tanto influenció a los cineastas de la Nouvelle Vague francesa. Por ello, Fritz Lang funge como la conciencia intelectual, filosófica y estética en contraposición del personaje de Palance, un productor americano que cree que todo se resuelve añadiendo sexo y dinero a una producción.

A lo largo de la trama, el desasosiego se hace presente, pero no podemos quitar los ojos de la pantalla ante la calidad de las imágenes desplegadas, especialmente cuando se muestra el metraje que Fritz Lang ya tiene de “La Odisea” -aunque claro, dichas tomas son del propio Godard-, con esculturas mitológicas que presentan una colorida tricromía (se supone así estaban pintadas las estatuas griegas). O en el caso de las escenas finales filmadas en Capri, teniendo como telón de fondo la icónica Villa Malaparte (diseñada y construida por el propio escritor  italiano Curzio Malaparte sobre un acantilado casi inaccesible con vista al mar).

El filme es un gozo para los sentidos y una exploración de las relaciones de pareja desde el punto de vista emocional, en las antípodas de la racionalidad moderna, algo similar al cine de Godard cuyos montajes fueron mayormente intuitivos, siempre buscando romper o estirar el lenguaje cinematográfico hasta sus límites. Por supuesto, Brigitte Bardot resplandece cada vez que está en pantalla, incluso cuando cambia su melena rubia por una peluca de cabello negro. Entonces uno entiende las ansias y la desesperación de Paul, el personaje de Piccoli, que le llevan a tomar una mala decisión tras otra.

Esta cinta despliega la belleza fotograma tras fotograma, al grado de que uno no sabe si embelesarse con la Bardot o con la composición fotográfica, que retrata la estética ancestral de la arquitectura romana, sus villas campiranas o, incluso, la zona urbana y cosmopolita, como el moderno departamento de la pareja. Por otro lado, también están los riscos que bordean la isla de Capri y que al mismo tiempo enmarcan el golfo de Nápoles de un azul prístino como el cielo. Casi se podría decir que las locaciones y los escenarios de “El desprecio” son un personaje más del filme, lo cual a sesenta años de su estreno hace que valga mucho la pena dedicarle un nuevo visionado, máxime si los colores y la fotografía han recuperado su esplendor gracias a la magia de la tecnología.

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