El polaco Adam Klocek recibe ovación de pie con la OSY

"Al traernos desde Polonia piezas poco conocidas de compositores de primer orden, Klocek demuestra cuánta estima profesa al gusto de los meridanos; en recompensa, algunos de sus admiradores se levantaron de su asiento y, de pie, le aplaudieron...", nos cuenta Emiliano Canto Mayén en su crónica.

Uno de los programas más finos de la temporada actual fue interpretado por la Orquesta Sinfónica de Yucatán bajo la batuta de Adam Klocek, el viernes 27 y el domingo 29 de mayo. Klocek, de presencia rubicunda y movimientos dinámicos, es un director nacido en Cracovia, y, su estilo es familiar para el público del Peón Contreras. En este teatro tomó la batuta en 2017 y 2019 para dirigir piezas de Beethoven y Mendelssohn.

En cuanto a su labor actual, Klocek es gerente y director artístico de la Orquesta Filarmónica de Kalisz, la ciudad más antigua de Polonia. Este conjunto obtuvo, en 2014, el premio Grammy en la categoría a Mejor Álbum de Grupo de Jazz con el disco Night in Calisia. Además, de acuerdo con una entrevista reciente, Klocek ha dirigido también a la Orquesta del Museo Estatal del Hermitage, en San Petersburgo, Rusia.

Si pasamos al programa doceavo de la temporada actual, Klocek reconoce el buen gusto del público de Mérida. Considera que -al igual que nuestro clima- somos cálidos. Tal vez por ello, el director polaco decidió obsequiarnos un programa que, normalmente, se destina a los más rigurosos conocedores. Apunto esto ya que elegir a Ravel y a Dvorak nos trasladó de una pradera a un risco, del sosiego a la escalada y del gozo a la turbulencia; acaso, nuestro huésped quiso despertar nuestros oídos y remontar luego nuestras emociones a sus límites más extremos.

Durante la primera parte del programa, Klocek dirigió una suite orquestal de Maurice Ravel titulada “Cuentos de mamá Oca”. Este título nos obliga a reabrir los cuentos de Charles Perrault, abogado francés que vivió durante el reinado de Luis XIV: el año de 1697, Perrault publicó los “Cuentos de mamá Oca” que recopiló sus versiones de la Bella Durmiente, Caperucita Roja, Barba Azul, el Gato con Botas, Cenicienta y Pulgarcito, entre otros relatos. El libro de Perrault recibió este título puesto que, en una de sus narraciones, una gansa llama a sus patitos para contarles fábulas que les prevengan contra los peligros de la vida adulta.

En cuanto a la pieza de Ravel, ésta se compuso originalmente para dos pianos y se estrenó, en 1910. Al año siguiente, el compositor hizo una versión orquestal y, por último, la amplió para montarla como un ballet. En un principio se tocó un Preludio que, por la acción de sus metales y percusiones, fue un desfile surreal de caballeros en armadura que, en torno a sus murallas, contenía el paso de poderosas fieras. Esta primera parte concluyó con un sobrevuelo general de pájaros que invadieron el espacio.

A continuación, en La Danza de la Rueda, la orquesta se transformó en un ciclo interminable, las cuerdas hilaban una trama sobre la que el arpa y los vientos bordaban laboriosamente. Este manto se extendía cubriendo la vegetación de un bosque. En tercer término, se pasó a la Pavana de la Bella Durmiente. De acuerdo con la versión de Perrault, cuando el príncipe despertó a la mujer encantada -luego de cien años de sueños- este galán le ofreció el brazo a su novia que “iba vestida igual que su abuela, con esclavina” y, durante su primera cena juntos, “los violines y oboes tocaron piezas antiguas y excelentes”.

Al parecer, Ravel se inspiró en estas líneas del libro de Perrault, ya que, en estas primeras notas, nos encanta con la danza tierna de una selva gris que despierta lentamente al amanecer. En el orden previsto, se pasó a la Conversación de la Bella y la Bestia que, de acuerdo con el cuento de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont fue:

-Cuando pienso en tu buen corazón, no me pareces tan feo-

-¡Oh! ¡Señora sí! Tengo buen corazón, pero soy un monstruo-

– Hay muchos hombres que son más monstruos que tú-

Después de este intercambio de palabras, Bella acepta ser esposa de Bestia y ya todos sabemos cómo termina la historia. Ravel se sirvió de las frases escritas por Leprince de Beaumont para construir un idilio donde expresa, con cadencias, cómo la bondad triunfa a las apariencias, al menos en los cuentos de hadas. La Bestia tiene una voz salvaje y poderosa; Bella es ligerísima y encanta como un vals. Hay tensión entre ambas partes y, al final, el amor verdadero provoca, entre sorpresas y rompimientos, la transformación del monstruo en un príncipe azul.

En Pulgarcito, los siete hijos del leñador escuchan, a lo lejos, los pesados pasos del ogro y los pájaros cantan mientras devoran las migajas que el más pequeño de ellos tiró para hallar el camino de vuelta a casa. Niñita fea (Laideronette), emperatriz de las pagodas se inspira en un cuento de la baronesa Marie d’Aulnoy, escritora que creó el término “cuentos de hadas”.

Esta sección de la suite de Ravel es una miniatura de porcelana con tintineos de cristal. En el cuento, cuando la protagonista -al parecer muy desaseada- se desviste y sumerge en una bañera, todos los instrumentos y campanas de las pagodas retumban de gozo y se obra un milagro, puesto que de las burbujas emerge la joven más bella del imperio. Sobra indicar que este segmento de la suite es el más jubiloso pues nos traslada a la Antigua China, con su geografía sinuosa y dragones celestiales.

Por último, en El Jardín de las Hadas, Ravel decide concluir con una lentitud solemne; las mágicas habitantes de este paraíso son creaturas sublimes. Como si pudiéramos entrar a un espacio sagrado, los árboles se llenan de destellos fosforescentes en la noche y nuestros ojos se maravillan de auroras boreales, de acariciantes armonías que cierran con fanfarrias. Al concluir la Suite de Ravel, los aplausos fueron generosos con Klocek y la orquesta.

Aprovecho el intermedio para anotar una vivencia que jamás olvidaré. Tal vez, a causa de que la suite de Ravel se presentó en los medios como una composición inspirada en antiguos cuentos de hadas, alguien llevó a su hija. Por ello, en un par de momentos, se escuchó hablar a una pequeña con su madre que, apenada, hizo lo que pudo para devolvernos el silencio. Durante el intermedio, vi bajar a esa niña por la escalinata del Peón Contreras: era una muñeca de ojos verdes y tenía un dinosaurio tejido entre las manos ¿o acaso era una flor? ¿Quién puede molestarse con esta Pulgarcita que presumirá el resto de su vida, haberse entrometido en el diálogo de Bella y Bestia?

*****

De vuelta a la segunda parte del programa, Klocek dirigió la Séptima sinfonía en Re menor de Antonin Leopold Dvorak. Con esta obra, el compositor intentó reconciliar, en su partitura, el espíritu dócil y pacífico de las mujeres y hombres del campo con su sincero patriotismo; para cumplir este objetivo, el maestro creó vigorosos contraste de docilidad tersa con apasionamientos tremebundos.

El Allegro maestoso del primer movimiento retumba, un tenebroso dramatismo se apodera del violoncelo, las violas y luego el clarinete. La orquesta se entrega a lo sublime con el arrullo pautado de los metales. Cuando se funden los elementos de la orquesta, todos conviven en una alegría indescriptible. Se dice que, cuando Dvorak compuso esta sección, pensaba en la llegada de una locomotora repleta de aquella gente buena que iba al teatro para escuchar su música.

El segundo movimiento, Poco adagio, tiene una historia conmovedora tras de sí. Cuando lo creaba, Dvorak escribió al margen “Desde los años triste”; al parecer, pensaba en la muerte de su madre, Anna Dvorakova y la del mayor de sus nueve hijos. En esta evocación a sus seres entrañables, los metales presentan la melodía como una plegaria y, después, los violines se unen con un canto doloroso. De la melancolía se pasa al franco sufrimiento y tan solo el tono inaugural sobrevive triunfante de ese luto que, a veces, se hunde en la desesperación. Por lo anterior, las y los críticos afirman que este movimiento es emocionalmente turbulento; sin embargo, la Sinfónica de Yucatán logró transitar fácilmente este luto y devolvernos la ilusión.

El Scherzo – vivace se celebra con un ritmo acelerado, el conjunto en sí es un latido que se resiste a ser derrotado. El director Klocek se secó la frente antes de comenzar este movimiento y, luego, los violinistas marcaron con cortes enérgicos el aire y el auditorio experimentó de inmediato antojos saltarinos. Luego de un silencio, uno vislumbra cómo, entre arabescos, se escapan ensoñaciones eslavas que provienen, sin duda, del corazón oprimido del pueblo checo.

El último movimiento, Finale-Allegro, se presenta con las vibraciones de trompa y clarinete. Antes de empezar, Klocek volvió a pasar un pañuelo sobre su sien puesto que su acción en el escenario fue demandante en extremo. La agitación de la entrada de la orquesta se generalizó en este último movimiento como una tormenta eléctrica. Al igual que el pueblo checo, la orquesta se enfrenta a una tiranía de la que intenta soltarse con todas sus fuerzas vitales. De este combate heroico emergen alegres matices de esperanza y, también, entre marchas, se infiltran bailes eslavos como espías. Al final, la sinfonía 7 nos abandona al borde de un terrorífico abismo.

A 137 años de su estreno en Londres, esta pieza de Dvorak agradó a quienes la escuchamos en Yucatán y que, por algún motivo desconocido, no pudimos encontrar una grabación dirigida por Herbert von Karajan. Al traernos desde Polonia piezas poco conocidas de compositores de primer orden, Klocek demuestra cuánta estima profesa al gusto de los meridanos; en recompensa, algunos de sus admiradores se levantaron de su asiento y, de pie, le aplaudieron al igual que a la Orquesta Sinfónica de Yucatán.

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