La OSY se despide con Stravinsky, Haydn y Beethoven

La OSY concluyó con éxito su temporada XXXV, correspondiente a la primera mitad del 2021. Felipe de J. Cervera da cuenta del último concierto, en lo que inicia la nueva temporada en septiembre. ¡Bravo!

“El adiós dice que ojalá vuelvas…” Mario Benedetti

Trece repertorios acumularon los conciertos de la Sinfónica de Yucatán, en su temporada treinta y cinco. En el Peón Contreras y refrendando su presencia en el espacio cibernético, el aplauso de los viernes se sumó al de los domingos. Una lista larga de los nombres más grandes, invocados mediante obras que demuestran sus inteligencias, fueron apareciendo uno tras otro, a veces en más de una ocasión -como las luces del Clásico- Mozart, Beethoven y Haydn. Otros compositores famosos tuvieron intervenciones importantes en la temporada que finaliza. La OSY se vistió de actualidad, de Clasicismo -incluso guiñándole al Barroco -pese a lo estruendoso de sus posibilidades- y, por momentos, cosechaba repertorios de creadores franceses, españoles, ingleses, hasta el de nuestro mexicano Eugenio Toussaint.

La sorpresa más grata fue Angélica Olivo, que regresó a Mérida con su violín y un Mendelssohn bellísimo. El maestro Lomónaco, un par de veces cedía su sitio a los directores José Areán y José Luis Castillo, quienes recalibraron el sonido orquestal en modos siempre satisfactorios. Numerosos fueron los momentos admirables, como párrafos solistas de Christopher Lee y la incandescente viola de Nikolay Dimitrov. En general, el resultado llegó a la excelencia en más de una vez, para una orquesta que respira con la misma intención, a pesar del protector que lo hace tan difícil.

Así, cada concierto fue una orla de éxitos. Ciertamente, las condiciones limitan lo profuso de temporadas anteriores, pero mantúvose el equilibrio entre lo posible dentro del buen gusto, en medio de condiciones saludables. Lo que sobra, afortunadamente, es maestría; y desde el imperceptible aleteo de batuta hasta el más elocuente de los sonidos, cada instrumento brilló e hizo brillar los pentagramas según la ocasión. Idéntico sucedería en el cierre de la temporada. Stravinsky, Haydn y Beethoven fueron izados juntos. Impulsaron el desempeño orquestal -de lo mejor- para despedirse hasta un nuevo comienzo, una vez vividas las incertidumbres del verano.

Algunos semáforos tardan más en cambiar que los episodios brevísimos de la Suite No. 1 para pequeña orquesta, de Igor Stravinsky. Por supuesto, no hay daño a la belleza ni al efecto de su constitución -un juego de niños, sus hijos- para quienes el piano era divertimento siguiendo los afanes de su padre. La interpretación, de nulas referencias al Pájaro de Fuego, alcanzó para acordarse de Satie, arrebatando el aplauso no bien llegara -como un latigazo- el acorde final.

Luego Haydn y su anécdota para pedir permiso -sin que se tome a mal- de regresar a casa: la sinfonía “De los adioses”, subliminal y significativa, es una cátedra de refinamiento. En su ejecución, los músicos van saliendo de la escena, hasta quedarse únicamente dos violinistas. La gradual disolución del grupo -sin palabras- exige irse de vuelta a la familia, luego de meses y meses sin verla, asumiendo que se trabaja para vivir y que no se vive para trabajar. Esta sinfonía, numerada cuarenta y cinco, tiene la peculiaridad de haber sido compuesta con elementos “tristes” -que hasta de eso se valió el genio- utilizando recursos sonoros que los entendidos llaman de tonalidad menor, semejante a las canciones melancólicas previas a la era actual, contaminada de reggaetón y banda duranguense. Haydn avanza en su planteamiento y sorprende cuando ya se espera otra resolución.

La sinfónica, sabiendo que paso a paso se irá mermando, vuelve a lograr una interpretación de belleza plena, matizada en cada detalle, como para dar la impresión de estar allí con Haydn, viendo el abandono de cada músico, que deja un vacío donde antes resonaba el arte. En aquella ocasión original, se apagaban las velas en los atriles. Al vacío, se sumaba la oscuridad, aspecto que delicadamente incluyó la OSY, acrecentando la emoción del momento. El teatro se llenó de admiración y de silencio respetuoso cuando quedaban ya solo dos violinistas -Christopher Lee e Iliana Stefanova- que dijeron su diálogo final en voces tenues, cubiertos de penumbra. Los aplausos y gritos jubilosos estallaron. Un instante después, la orquesta en pleno volvió con todo y director, para empaparse de tan merecidos aplausos.

El final se volvería más denso. O más liviano, según se vea. Beethoven y su sinfonía quinta, famosísima, demostraron el músculo del conjunto orquestal. El maestro Lomónaco, sobrepuesto de la alegría anterior, encaraba una nueva, esta vez bajo el formato del sordo genial. Nada hay más analgésico, si Haydn no funciona, que Beethoven. Todo en su partitura es un aliento de los mejores impulsos, dejando atrás lo sombrío de cualquier pensamiento, excepto para los que no tienen nada qué hacer en un teatro. A fuerza de voluntad, La Quinta es un homenaje de Beethoven para sí mismo, quizá por demasiada fama acumulada incluso en tiempos de la música Disco, quizá porque se trata de un discurso de inspiración pueril.

La Sinfónica fue monumental en los grandes rasgos como en los detalles sombríos convertidos en luz. Nada quedó en el tintero y Beethoven no solo exige -y lo que exige logra- sino que se le va entregando su sonoridad mayor como cosa espontánea, con las precisiones del caso. La Sinfónica galopaba con la fuerza que zumba los oídos; se ralentiza cuando parecería imposible y se lanza al cielo: a esa sinfonía le salen alas y no hay más remedio que aprender a volar. Beethoven siempre conquista con su espíritu de niño, que sale de sus corcheas y desde otros rinconcitos. La OSY hace mucho lo entendió y, aunque de primero ofrece algo muy bueno, sabe que puede refrendarse con Beethoven o con Mozart, significando una entrega de autenticidad y belleza. Gracias, Sinfónica de Yucatán, estuvo genial. Te estaremos esperando con aplausos renovados. ¡Bravo!

Con cariño para Tita Escudero, mi amiga por siempre, en el noveno aniversario de su partida…

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