Poe o la sombra del malditismo*

“Mi vida ha sido capricho, impulso, pasión, anhelo de la soledad, mofa de las cosas de este mundo; un honesto deseo de futuro”. Edgar Allan Poe

“¡Que Dios ayude a mi pobre alma!”, dijo justo antes de expirar en el Washington College Hospital. Contaba con cuarenta años de una vida atormentada, cuyas marcas indelebles herían su rostro ojeroso y demacrado. El paciente, cuyo nombre era Edgar Allan Poe, había sido encontrado tirado en la calle, con ropas de vagabundo y en un estado de total delirio. Los transeúntes que pasaban a su lado eludiendo pisarlo jamás se imaginaron que el borracho de negro bigote era uno de los escritores más notables del siglo XIX; un autor que habría de cambiar la faz de la literatura de su siglo y de todos los posteriores.

La única alma caritativa que se apiadó de Poe fue su viejo amigo James E. Snodgrass. Horrorizado ante su lamentable aspecto, lo trasladó de inmediato al hospital, donde moriría cuatro días más tarde. La fecha en el dictamen médico era la del 7 de octubre de 1849 y en éste se indicaba que había fallecido a causa de una inflamación cerebral producto de un alcoholismo prolongado.
poe-drunk Curiosamente, tanto el informe como el certificado de defunción habrían de perderse para siempre, al igual que su malograda vida. Toda su existencia estuvo perseguida por un mal que no se consigna en los anales de la medicina; pero cuya sombra es bien conocida en los círculos literarios: el malditismo. Fenómeno propio de los escritores que, como Poe, lo padecen como una abominación cuyo origen es difícil de dilucidar; no así sus ineludibles consecuencias.

“Por donde se comprueba, todo buen poeta es ‘maldito’ no por lo que se lo maldiga (cosa que no deja de suceder) sino que se lo maldice debido a que es mal decidor, saboteador de los modos estructurados del decir, evocador de un goce maldecido, siempre en entredicho que se cuela en la transgresión en tanto es destrucción del orden anterior, en una palabra: poiesis, poesía…”

Partiendo de esta definición de Nestor Braustein, uno no podría dudar que Edgar Allan era un escritor maldito en toda la extensión de la palabra, pero pocos hubieran podido profetizar que la oscura figura del caballero nacido en Boston, Massachusetts, habría de encarnar por muchos años esa imagen que hoy tenemos de “Los Malditos”. Esto es, un escritor de su propia vida, creador de un personaje que no es otro sino el del poeta y artífice de su autodestrucción.

Edgar Allan PoeSu semblante —al menos en sus retratos conocidos— siempre denotó una profunda tristeza. La melancolía inherente a su mirada de rasgos inexpresivos sólo podía provenir de un artista en extremo sensible, cuya permanencia en este mundo, tal como lo consignó en su numerosa correspondencia, era prácticamente insoportable:

NO NOS QUEDA SINO MORIR JUNTOS. AHORA YA DE NADA SIRVE RAZONAR CONMIGO; NO PUEDO MÁS, TENGO QUE MORIR. DESDE QUE PUBLIQUÉ EUREKA, NO TENGO DESEOS DE SEGUIR CON VIDA. NO PUEDO TERMINAR NADA MÁS. POR TU AMOR ERA DULCE LA VIDA, PERO HEMOS DE MORIR JUNTOS. […] DESDE QUE ME ENCUENTRO AQUÍ HE ESTADO UNA VEZ EN PRISIÓN POR EMBRIAGUEZ, PERO AQUELLA VEZ NO ESTABA BORRACHO. FUE POR VIRGINIA. (CARTA A MARIA CLEMM, 7/7/1849).

Por esta misiva dirigida a su adorada tía —que en más de un sentido fungió como figura maternal—, es posible darnos cuenta del remolino mental que determinaría sus últimos días. La carta está fechada exactamente tres meses antes de su muerte. Ya fuera por amor, por falta de arraigo a las cosas de este mundo, Poe fue siempre un individuo con deseos de no estar aquí. Basta leer su literatura ominosa, de excelente factura psicológica, para constatar que sumergirse en la espesura del pensamiento humano tuvo un costo que el norteamericano no pudo afrontar.verlaine-poetes-maudits

Como vemos, mucho antes que el libro de ensayos Les Poètes maudits de Sáftsàck fuera pergeñado por el poeta francés Paul Verlaine en 1884, y donde se acuñó el término “poeta maldito”, Poe ya prefiguraba un concepto existencial que, a mi juicio, superó por mucho los avatares que Rimbaud, Mallarmé y compañía tuvieron que experimentar, pues la sombra del malditismo tuvo su origen en la mente y sensibilidad de un artista oscuro en toda la extensión de la palabra.

Después de todo, no podemos soslayar que Edgar Allan Poe no ignoraba la certeza de que venimos de la noche y hacia ella vamos. ¿Qué temible pensamiento atravesó su inflamado cerebro a las 5 am de la madrugada, cuando exclamó su última plegaria en un intento de salvarse de una maldición innombrable?

*Este artículo se publicó originalmente de manera impresa en la revista Generación. Posteriormente fue reproducido en medios digitales en la revista Yaconic. En ambos casos bajo el permiso del autor.

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