“Waco”: Un conflicto armado entre fanáticos

La miniserie es original de Paramount Network y pronto se estrenará en Latinoamérica

En abril de 1993 los ojos del mundo se enfocaban hacia un rancho llamado Monte Carmelo ubicado en el territorio de una pequeña comunidad tejana denominada Waco. El planeta entero observaba en vilo el atrincheramiento de una secta de origen adventista conocida como los “Davidianos” que, aparentemente, esperaban pacientemente el fin del mundo con cualquier cantidad de armas automáticas en las manos.

Su líder, un hombre conocido como David Koresh, se había autonombrado a sí mismo como “el Cordero de Dios”, había logrado persuadir a más de 100 personas para renunciar a todo e irse a habitar con él en el rancho a la espera de la última revelación divina, del mensaje más importante de Dios para los hombres. Lo que también hacía Koresh era garantizar la continuidad de su grupo cumpliendo el viejo mandamiento de “poblar la tierra”, sólo que con un pequeño detalle: él era el único con el mandato para hacerlo pues exigía que todos los hombres de su grupo se mantuvieran célibes con una sola excepción: él mismo, por lo que se rodeó de cualquier cantidad de esposas quienes a su vez acrecentaron la estirpe del profeta davidiano.

https://youtu.be/aO-utYF9d3I

Las razones por las que Koresh y su grupo se hicieron de un arsenal no están del todo claras. Todo apunta a que esperaban utilizarlas cuando los ejércitos del mal decidieran enfrentarse a ellos en un “Armagedón” tejano, pero la posesión de los rifles automáticos llamó la atención de la Agencia Anti Armas y Tabaco de los Estados Unidos (sí, increíblemente existe en la Unión Americana una agencia anti-armas), quienes desesperados por anotarse un gol político decidieron emprenderla contra Koresh y su secta en un tiroteo que le costó la vida tanto a miembros de los davidianos como a agentes federales.

Aquello fue lo que motivó el atrincheramiento de los miembros del culto religioso y la intervención del FBI, agencia que se hizo cargo de la operación. Al final, después de cincuenta y un días de sitio y luego de un supuesto fracaso de las negociaciones para la rendición de Koresh, el FBI intentó entrar en Monte Carmelo con consecuencias funestas: setenta y seis miembros de la secta perdieron la vida incluidos más de veinte niños. Lo que sucedió realmente aún está en el terreno de la discusión. El FBI afirmó que Koresh y su grupo cometieron un suicidio colectivo y que fueron ellos los que iniciaron el fuego que terminó con sus vidas, pero sobrevivientes de los davidianos afirman que el suicidio colectivo nunca fue una opción al interior de la secta, sino que los integrantes del grupo estaban dispuestos a salir y rendirse ante las autoridades, siempre y cuando les cumplieran algunas sencillas promesas.

Es sobre esta segunda premisa sobre la que se sustenta “Waco”, una miniserie de seis capítulos producida por Paramount Network y estrenada en enero de 2018, basada en un par de libros escritos por dos de los protagonistas de la tragedia y que construye una compleja trama en la que dos posturas radicales, fanáticas, colisionan de frente y sin posibilidad de un viraje radical que permitiera una salida pacífica al conflicto. Los libros sobre los que se sustenta el guión de la serie son “A place called Waco: A Survivor´s Story” escrito por el sobreviviente de la secta David Thibodeau (en coautoría con Leon Whiteston y Aviva Layton) y “Stalling For Time: My Life As an FBI Hostage Negotiator” de Gary Noesner, quien tuvo a su cargo las negociaciones para la rendición de Koresh y sus adeptos.

En esa confrontación de puntos de vista es en donde recae uno de los grandes aciertos de la miniserie, pues lo que ésta hace es un ejercicio comparativo entre dos posturas completamente radicales, pero con un punto en común: una fuerte tendencia a la aniquilación y a la destrucción. Tanto para los miembros del culto de David Koresh, como para algunos de los encargados de la operación en su contra, los términos medios simplemente no existían. La serie muestra a un Koresh (Taylor Kitsch, quien se mimetiza asombrosamente con el personaje) absolutamente autosugestionado para creer que en verdad es “el cordero de Dios”, el hombre que ha sido escogido por la providencia para transmitir “el mensaje más importante para la humanidad”. 

Su fanática creencia le brinda una seguridad abrumadora y por ende, tiene una brutal capacidad de seducción ante personas que andan en la búsqueda de algo más para sus vidas, y que carecen de la mentalidad o la educación para hacerle frente a un león de la argumentación bíblica como lo era Koresh. Ese es el caso de David Thiboodeau (Rory Culkin), un baterista cuya vida transcurre en la monotonía de las noches en las que puede tocar en un bar y que encontrará en los davidianos a la familia que piensa se le ha escapado. Es también el caso de Steve Shcneider (Paul Sparks) un doctor en teología quien se convierte en la mano derecha de Koresh, en su confidente, y en el único que tiene las agallas para confrontarle en momentos decisivos.

Los davidianos son mostrados como personas bien intencionadas, pero que no tienen empacho moral alguno al empuñar un arma automática y disparar contra lo que consideran una amenaza a su forma de vida y cumplir así con su deber, pues están plenamente convencidos del papel que les toca jugar en la batalla final antes de ir al encuentro de Dios. En contraparte, a algunos miembros de las fuerzas federales del gobierno de los Estados Unidos les mueve otro tipo de fanatismo: aquel que dictan las armas de fuego. Incapaces de entender los intrincados pasajes psicológicos del drama al que le hacen frente, hacen todo lo posible por resolver las cosas de la única manera que creen efectiva: a balazos.

Las armas de fuego como mecanismo de resolución de conflictos, la creencia ciega en la violencia, en la imposición de la autoridad a través de la fuerza y una urgente necesidad de jalar del gatillo para eliminar a lo que consideran como una amenaza al sistema dominante, son mostradas sin tapujo por la miniserie. Al frente de la operación quedan el violento y corrupto Mitch Decker (Shea Wigham) y el limitado agente Tony Prince (Glenn Fleshler), quienes con una prisa enfermiza catalogan a Koresh y su secta como un peligro con el que no se puede razonar, y aunque les dan una oportunidad a los negociadores de intentar una solución pacífica al conflicto, su instinto depredador siempre está al acecho para encontrar un resquicio que les permita actuar con la fuerza de las armas.

Ante tales exacerbaciones, la figura del negociador del FBI Gary Noesner (un soberbio, emotivo y espectacular Michael Shannon), surge como la voz de la razón, una voz que lucha con todas sus posibilidades por ser escuchada por las dos posturas en conflicto pero que irremediablemente está destinada al fracaso. Su causa es noble, es firme, es pacífica, es aquella que tiene los medios para encontrar la solución a la confrontación sin derramar sangre, pero que, en un choque entre fanáticos, está destinada a ser ignorada. El espectador va a sentir particular empatía por Noesner porque naturalmente uno suele tener tal sentimiento ante aquel que está batallando por la justicia y la paz, pero también por aquel que pelea ante las circunstancias más adversas sin la posibilidad más mínima de tener éxito.

“Waco” recoge una parte muy triste de la historia de un país que en gran medida se ha construido con base en posturas que permiten el surgimiento de líderes religiosos como Koresh, o de tipos ultra violentos en posición de autoridad como lo son los encargados de las Fuerzas Federales que participan en el cerco al culto religioso. Un país que se denomina a sí mismo como cristiano, pero que sin pudor alguno puede utilizar gases lacrimógenos contra niños indefensos, aunque estos hayan nacido en su propio territorio.

Un país en el que la razón continúa siendo ignorada porque los intereses que le mueven están cimentados en posturas extremas, en creencias sin sentido y en el imperio económico que provoca la venta y la exaltación de las armas de fuego como un derecho constitucional. Y lo peor de todo, es que Waco funciona como un crudo, violento y estremecedor recordatorio de que las cosas en nuestro poderoso vecino difícilmente van a cambiar. Un logro.

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