Los discos intocables

En una entrega más de sus crónicas melómanas, Óscar Muñoz firma este relato musical en el cual una pareja lleva una extraña relación a la hora de estrenar y escuchar sus discos de vinil, hasta que uno de los dos se da cuenta... ¡Súbele el volumen!

CRÓNICAS MELÓMANAS

¡Cómo no me di cuenta de la gran directora que ha sido Gabriela en todo este tiempo! Y yo, sin haberme percatado de ello casi cuarenta largos años de convivencia. Aún no lo he logrado asimilar. Apenas han pasado dos días de que me di cuenta de todo, y sigo tan incrédulo como la primera vez que la conocí en aquella obra magnífica de Sófocles, en su papel de Electra.

Todo mi descubrimiento ocurrió antier, luego de llegar al departamento con un disco nuevo bajo el brazo. Mi entusiasmo por haber encontrado una obra musical tan genial como H to He, del grupo Van Der Graaf Generator, me hizo olvidar por completo los encargos de Gabriela: el pan, el jamón serrano y los quesos. Un olvido imperdonable porque tuve que salir nuevamente por todo el pedido.

A mi regreso, me pareció extraño que Gabriela no hubiera puesto el disco en la tornamesa. Sabía muy bien del gusto que ella le tenía a toda la obra de los Van Der Graaf. Pero no le tome importancia y yo mismo desempaqué el disco y lo puse a girar a 33 rpm. En tanto escuchábamos las piezas maravillosas del nuevo disco, ella y yo preparamos los sándwiches que habíamos planeado para ese día. Y la tarde la pasamos extasiados por la música tan progresiva, tan encantadora, que nos dejó exhaustos.

No recuerdo con exactitud cuántas veces le dimos vuelta al disco. Yo calculo que una docena de veces. Aunque llegada la noche, y listos para dormir y soñar con H to He, recordé que, de tantas ocasiones que le dimos vuelta al disco, fui yo quien me paré siempre a hacerlo. Y me di cuenta que Gabriela nunca intentó siquiera poner el brazo de la tornamesa sobre el disco ni mucho menos levantarse del sillón a voltearlo. Ése fue el inició de mis sospechas después de cuarenta años de acompañarnos uno al otro.

Antes de conciliar el sueño, hice un recuento de todas las veces en que yo llegaba a casa con un disco nuevo y, en cada una de esas ocasiones, ella nunca hizo el intento de abrir la funda del disco en cuestión y ponerlo a girar en la tornamesa. También hice memoria de las veces en que, luego de que yo entraba al departamento con un disco, siempre había sido yo quien frotaba el canto de la funda empacada con celofán para que se abriera sin necesidad de despedazar el plástico y que éste continuara sirviendo de protector.

Al día siguiente, sin que ella notara mi plan, le pedí de favor que fuera a comprar un disco de 180 gramos de King Crimson, el cual había visto en la sucursal de Mixup que estaba cerca del departamento. Justifiqué la ayuda que le pedí porque yo saldría tarde de la oficina y no alcanzaría a llegar a tiempo a la tienda. Ella sólo me miró con un dejo de sospecha, y aceptó mi encargo. Y yo salí pensando que vería a Gabriela por primera vez con un disco en sus manos.

Ya había anochecido cuando llegué a casa y, al entrar, me llevé una sorpresa. No esperaba que Gabriela no hubiese desempacado el disco, abriera el celofán, sacara el vinilo de su funda y luego de su sobre de papel, para ponerlo a girar. Yo había imaginado que cuando yo llegara, ella lo habría escuchado ya varias veces. Enseguida pensé que era posible que quisiera esperarme para que lo disfrutáramos los dos, y le agradecí el gesto con un beso.

Sin embargo, noté en ella algo de impaciencia por escuchar ese disco, que era de su grupo favorito, pero ahí sí me extrañó más que ni siquiera lo hubiera abierto. Es más, luego de preguntarle algunos detalles acerca del estante de la tienda donde lo encontró, cómo lo sacó de su lugar y lo llevó a la caja para pagarlo y demás, Gabriela me aclaró que sólo pidió el disco directamente en el mostrador y, sin que tuviera necesidad de tocarlo, pidió al empleado que lo empacara muy bien. El caso es que (ahí me di cuenta de todo) ella nunca en su vida había tocado un disco con sus manos, ni abierto el celofán, ni sacado el vinilo, ni mucho menos ponerlo sobre la tornamesa.

En todos estos cuarenta años de convivir Gabriela y yo, juntos en muchos asuntos, siempre compartiendo el teatro y la música, me di cuenta de que era extraordinaria para dirigir, y no sólo teatro sino también la orquesta, y que yo, sin haberme dado cuenta, he sido todo este tiempo su DJ personal.

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