Alejandro Basulto dirige el 6to programa de la OSY

En su crónica, Felipe de J. Cervera narra la temporada de huracanes de la Orquesta Sinfónica de Yucatán, una tormenta bien sorteada por el joven director yucateco Alejandro Basulto, según consigna en su texto. ¡Bravo...!

La salida del director Juan Carlos Lomónaco es uno de varios elementos de polémica en torno a la Sinfónica de Yucatán. Después de los estragos amargos por la pandemia de covid – que la agrupación desafió con éxitos – se originó un pugilato entre partes involucradas del que la opinión pública distingue lo que puede, como si el fuego que desintegró el piano del Peón Contreras – y al propio Peón Contreras – no se hubiere disipado. Sin meterse en detalles, no es cosa menor que dos programas de la temporada actual resultaran cancelados y ahora, a mediados de marzo de dos mil veintitrés, anuncios diversos y toda índole de comentarios abundan diariamente.

De mezclar reacomodos, Alejandro Basulto volvió a escena para dirigir. El joven compositor también es director: estuvo frente a la OSY en “Pedro y el Lobo”, la última actuación en el teatro-a-punto-del-siniestro, en la temporada anterior.

La expectación es, en todo caso, genuina. El director invitado introdujo un cambio – benigno – al sexto programa que destacaría a Mozart, pero, principalmente a Haydn, en lo que termina de llegar la batuta recién adquirida. Los aplausos el viernes diecisiete y domingo diecinueve de marzo eran aires propicios para regocijarse en la experiencia, en un Palacio de la Música lleno casi en su generalidad.

“La Urraca Ladrona” de Rossini, fue obertura de la ocasión. Su ligereza dio el toque de buen humor tan necesario, considerando el estado de las cosas. Su base instrumental, recetada por el compositor, fue balsámica justo como se esperaba. Basulto se abría paso en un ambiente relajado y asaz vigoroso, tal como lo dicen aquellos papeles sobre atriles y de pronto se vio inundado de aplausos, que hizo extensivos a los músicos junto a él.

La ocasión estaba delineada para el gigante salzburgués. Por supuesto, también para Haydn, compañero suyo en el Clasicismo. En su línea recreativa, Mozart apareció con su pieza doscientos treinta y nueve, según el catálogo de Köchel: la sexta “Serenata Nocturna” que solo admite cuerdas, reposando en algunos solistas: un primer violín y un segundo respondiéndole; una viola, un contrabajo y discretos matices de timbal, para infundir grosor a momentos, cuando el genio recordaba que seguía siendo Mozart. La orquesta funcionaba como maquinaria de precisión. O de alta precisión. Los pedidos, a veces mínimos, producían veracidad en sus alcances, con una sana acumulación de detalles para que el paso del tiempo los reivindique, como cosa obvia.

La Serenata consta de cuatro partes con la excusa de charlar entre solistas y de réplicas variopintas con los demás. Mozart incurre a exagerar la repetición de motivos, pero a cambio, fascina con sus esquemas al componer. Aquello terminaría en nuevos aplausos, tras haberse asimilado sus dosis de refinamiento.

Haydn llegó distanciado de lo previo. Pide que regresen aquellos instrumentos que no le sirvieron a Mozart y asume una naturaleza más grande y más robusta. Pero por mucho. Haydn lo sabe. Sin competir, va llenando sus pautados de maravillas, magnificadas en el momento de su interpretación. Su sinfonía “Londres”, que corona con número ciento cuatro a su listado, es un portento de belleza. Lo otro mejor fue la interpretación y la disposición para ello: antes de pedírsele, el músico está consciente que viene el ademán del director.

Aquello se escuchaba ampliamente, con su millón de detalles. Bastaba cerrar los ojos para advertir el equilibrio en todos los ingredientes. Haydn no parece exigir, pero fustiga a la orquesta como sabe que es posible. Obtiene resultados bien logrados y, a su acabada manera, también fascina.

La ovación estalló en el punto preciso y las aclamaciones abundaron como el viento gentil que anuncia primavera. La orquesta, igual que suelen ser las orquestas, permanecía de pie recibiendo aprobación. Además de felicitar el esfuerzo, cabe decirle al oído a Yucatán la fortuna que tiene – todavía – de contar con una de varias gemas culturales, sobre todo en tiempos en que el retroceso es norma y la vileza, ley.

A usted, Alejandro: una sincera ovación. A usted, Juan Carlos: sincera gratitud. Y el doble de aplausos. ¡Bravo!

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