Beethoven y Tchaikovsky, retorno y permanencia

Notas de un melómano yucateco.

Bajo la batuta del Maestro Juan Carlos Lomónaco y como solista, el destacado pianista polaco Marian Sobula, el tercer concierto de la XXXI Temporada de la Orquesta Sinfónica de Yucatán, nos ofrece un programa majestuoso en el que serán interpretadas dos de la obras más invocadas en las salas de concierto: de Ludwig van Beethoven (1770 – 1827) el Concierto para Piano y Orquesta N° 5 en Mi bemol Op. 73 “Emperador” y la 5a sinfonía de Piotr Ilich Tchaikovsky (1840 -1893)

A lo largo de sus primeros quince años – larga vida a la OSY – tanto el concierto “Emperador” como la 5a sinfonía de Tchaikovsky han sido interpretados en varias ocasiones bajo el comando de diversos directores y la ejecución de distintos solistas. En estos días de celebración que son preámbulo del concierto en que se festejará el XV aniversario de la Orquesta, vale la pena el breve recuento que podemos repasar gracias a la eficiencia y la generosidad del C.P. Miguel Escobedo director general del Fideicomiso Garante de la Orquesta Sinfónica de Yucatán (FIGAROSY).

El director colombiano Juan Felipe Molano.

 

El Concierto “Emperador” ha sido ejecutado en cuatro ocasiones con la participación de los Maestros Juan Felipe Molano (1) y Juan Carlos Lomónaco (3) teniendo a su cargo la dirección y la Mtra. Edith Peña; el Mtro. Daniel Rodríguez y el Mtro. Jorge Federico Osorio (2) como solistas al piano, respectivamente. Tres de estas presentaciones han ocurrido en el Teatro José Peón Contreras, sede de la OSY y una en el Palacio Nacional de bellas Artes de la Ciudad de México con Lomónaco y Osorio. La 5ta sinfonía de Tchaikovsky por su parte, se ha ofrecido en seis ocasiones habiendo fungido como directores los maestros Juan Felipe Molano (2), Pablo Varela, Juan Carlos Lomónaco (2) y Fernando Lozano.

 

Ludwig Van Beethoven  – Concierto para Piano y Orquesta N° 5 en  Mi bemol Op. 73 “Emperador”

Teniendo en cuenta que  la mayor parte de los catálogos de la música grabada de Beethoven y muchos de los artículos y libros que hablan de su obra se refieren únicamente a cinco conciertos para piano y orquesta, quizá nos sorprenda saber que en realidad el gran genio de Bonn escribió siete de estos conciertos si consideramos el llamado Concierto cero  registrado como la obra número 4 en la clasificación  WoO (With out Opus) y la transcripción para piano que hizo el propio compositor del concierto para violín en re mayor Op. 61. Pero entre todos, sin duda el más difundido, tanto en el repertorio orquestal de la música en vivo como en las grabaciones, es el número 5,  atinadamente llamado “El emperador”,  título asignado por su editor Johann Baptist Cramer  seguramente para resaltar el carácter majestuoso y heroico de esta obra extraordinaria.

Además de otras innovaciones,  destaca en este concierto la prohibición explícita de  incorporar una “cadenza” como era usual en la época, ese momento casi mágico en que la orquesta guarda silencio para permitir el lucimiento del solista que, a partir de los temas principales de la obra, construye una improvisación en la que deja constancia de su creatividad y su virtuosismo, (lamentablemente este uso ha desaparecido),  así como destaca también  la continuidad establecida entre el segundo y el tercer movimiento que sin pausa, se unen en una leve nota  a cargo de los cornos y el piano.

Estrenado en 1810 en Leipzig bajo la interpretación al piano de Johann Schneider, este concierto de Beethoven, le fue dedicado a su discípulo y protector el Archiduque Rudolf de Austria. Sabemos por una crónica de la época, que la obra fue recibida más que entusiastamente por el público que advirtió además de su notable belleza, las grandes dificultades implícitas en su interpretación. Este concierto en Mi bemol Op. 73 fue escrito entre los años 1808 y 1809 una época convulsa marcada en el mes de mayo de ese último año por la invasión de las tropas francesas a Viena, que convirtieron a la Ciudad en escenario de constantes batallas provocando el temor y la alerta de sus habitantes y perturbando con sus estallidos de cañón el tenso silencio reinante.

 “Durante el corto asedio de Viena por los franceses en 1809, Beethoven tuvo mucho miedo, pasó la mayor parte del tiempo en un sótano, en casa de su hermano Kasper (Karl), tapándose la cabeza con cojines, a fin de no oír los cañonazos” relataba entonces  Ferdinand Ries, un cercano amigo de Beethoven que además de ser su alumno, fungió como secretario y copista del compositor, según cita de Jean y Brigitte Massin en su imprescindible libro “Beethoven” Ed. Turner 1967. Misma biografía en la que consignan el comentario de otro gran amigo del compositor, Franz Gerhard Wegeler, quien, quizá por su formación médica, pregunta “¿El terrible ruido de los cañonazos no podría actuar dolorosamente sobre sus oídos enfermos?”

Tal era el ambiente en el que el talento y la fuerza de espíritu del incomparable maestro alemán compusieron este quinto concierto para piano, producto de su reciedumbre, de su coraje y su patriotismo. As,í en los márgenes del borrador de la obrase lee -según nos dicen los autores arriba citados- “Auf die Schlacht Jubelgesang! – Angriff – Sieg!” (¡Canto triunfal para el combate! – ¡Ataque! – ¡Victoria!). En donde otros, llenos de angustia, hubieran abandonado la pluma, el papel y la tinta, para escapar – justificadamente – del peligro inminente, Beethoven permaneció de pie frente a su misión liberadora para dejar a la humanidad un concierto que no solo es emperador entre sus propias partituras, sino que destaca también entre las obras de su género escritas desde entonces y hasta ahora.

 

Piotr Ilich Tchaikovsky – Sinfonía No 5 en Mi menor Op. 64

Esta quinta sinfonía fue compuesta en 1888 y estrenada ese mismo año en San Petersburgo, dirigida por el propio autor. Poco antes de darse a la tarea de componerla, había emprendido una gira internacional por diversos países y ciudades de Europa en los que tuvo la ocasión de difundir su obra y consolidar su fama, además de conocer a los más importantes personajes del mundo de la música. Habían pasado diez años desde el estreno de la cuarta sinfonía, así que se propuso buscar el momento y el lugar propicios para retomar la composición de una obra de gran envergadura, así, se fue a vivir al campo y además de emprender largos paseos por el bosque, él mismo atendía el cuidado del jardín.

No obstante, las grandes satisfacciones recogidas en su reciente viaje y el plácido ambiente que se procuró para trabajar, es bien sabido que Tchaikovsky era un hombre atormentado, de modo que las escasas anotaciones que dejó sobre este trabajo, apenas contenidas en un trozo de papel se referían al destino, de modo que, así como en la cuarta sinfonía y en la sexta escrita en 1893 también esta quinta reflejaba una crisis existencial centrada en la cuestión del destino. Una duda trágica, a veces mística, que aludía a la fe y que a decir de sus biógrafos y estudiosos, nacía del pudor y el celo con que ocultaba el secreto de su homosexualidad. Dubitativo más que inconforme, en una carta escrita a Nadezhda von Meck su generosa patrocinadora, se lamenta el autor “Me he convencido de que esta sinfonía no está lograda, hay algo repulsivo en ella”.

Tal vez no sea una interpretación desatinada el pensar que esta inconformidad frente a la obra que se ha convertido en un icono de la belleza y que es admirada tanto por los más agudos críticos como por el público al que convoca en todas partes del mundo, refleje más bien la inconformidad y el reproche a su propia vida atormentada por los lacerantes prejuicios de una época en que buena parte de la sociedad era más cruel y dañina que los males que pretendía censurar. Nos queda de Tchaikovsky el legado de un músico excepcional y un hombre de sublime sensibilidad que transformó en belleza ese sentimiento trágico que le acompañó durante su vida.

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