El hambre invisible: novela fantástica de Santi Balmes

“Solo. No te habías dado cuenta en ningún momento de que estabas solo. Esta es la primera vez que te cercioras de que, ante muchas de las percepciones que tendrás en la vida, estarás solo./Miras hacía el porche. A cubierto, cientos de niños te están mirando. Tienen los ojos como platos y la boca entreabierta como si alguien les hubiera extraído una flauta./Todos te miran./Te acabas de dar cuenta que eres raro./Y te encanta”. Santi Balmes

En estos tiempos en el mundillo del arte la discusión se ha centrado en el papel que se espera que jueguen los que se dedican a crear universos infinitos a través del cine, la música o la literatura. Hasta el cansancio hemos escuchado que los actores y actrices no lo son a menos que hayan pasado por alguna escuela, que sigan un método y que tengan en su haber algo más que dos películas u obras teatrales. Hace un par de años la discusión giraba en torno a Bob Dylan y si sus canciones merecían estar consideradas dentro lo que se conoce como literatura, si el genio norteamericano era merecedor de recibir un galardón por los maravillosos poemas que acompaña con música. En estos tiempos en los que pensábamos que las fronteras que dividen al quehacer artístico estaban por desaparecer en pos de una diversidad multidisciplinaria que enriquezca a las diferentes manifestaciones artísticas, reaparecen con fuerza corrientes de pensamiento para las que existe la necesidad de encasillar, de poner etiquetas a quienes se dedican a la creación.

Leo El hambre invisible de Santi Balmes y no puedo dejar de pensar en lo equivocados que están aquellos que piensan de esa manera. Pienso también en el revuelo que pueden producir mis siguientes palabras: un cantante pop ha escrito una de las mejores novelas que he leído, una novela que engrandece a la literatura moderna en castellano y que coloca al frontman y compositor de Love Of Lesbian como uno de los autores más arriesgados, divertidos y honestos con los que uno puede encontrarse en estos atribulados y simpáticos días. Pero claro, ¿qué diablos puedo saber yo, un simple tecleador de palabras sobre cine, televisión y música, alguien que está lejos de hacer algo parecido a la crítica literaria? Seguramente nada o muy poco sobre todo si usted, estimado lector, está entre aquellos que tienen como una de sus máximas en la vida aquella frase de “zapatero a tus zapatos”. Pero con su permiso o sin él –realmente el tenerlo no me importa mucho– voy a hablarles sobre El hambre invisible porque tengo la certeza de que es una fantástica pieza literaria que da continuidad al trabajo que como poeta y letrista ha desarrollado Santi Balmes, tanto en sus discos como en sus libros y que alcanza, con esta obra, un punto culminante.

La historia es la siguiente: Román Spinelli, alias Equilibrista, es el protagonista. Es un cantante que ha alcanzado el éxito, pero al que siempre lo atormenta El hambre invisible o, lo que es lo mismo, una perenne inconformidad, el deseo de siempre desear. El hambre invisible lo ha llevado al triunfo, pero también se ha convertido en una pesada cruz que le atormenta todos los días. Entonces Spinelli sufre un accidente durante un concierto: se lanza sobre una multitud que le carga por toda la sala en donde se desarrolla el recital, pero algo falla y justo antes de ser devuelto al escenario una parte del público se equivoca en la improvisada coreografía y deja caer al Equilibrista quien, a partir de entonces, cegado por el dolor, va a encontrarse en un espejo mental, una visión que lo trasladará a su ciudad interior: Bruma.

En Bruma, Spinelli va a encontrarse con otras versiones de sí mismo, un alter ego que viven en esas calles y avenidas que Spinelli ha construido desde el momento en el que llegó al mundo. Lo que sigue es un alucinante viaje en el que el Equilibrista transitará por una ciudad que le resulta al mismo tiempo extraña y familiar, una metrópoli en la que todos los ciudadanos llevan su rostro y en la que existen –como en cualquier sociedad- personajes que llevan la batuta y el mando, otros que son simples habitantes de la misma y algunos más interesantes conocidos como “Los Vergonzantes”: aquellos pobladores de Bruma que la gente del exterior apenas conoce y que Spinelli se esfuerza por ocultar, pero que forman una parte muy importante de su propia personalidad, de su andar por el mundo.

Balmes construye un universo íntimo, particular, que paradójicamente adquiere tintes globales, universales. Spinelli va a visitar a los diversos personajes que le dan forma a su propio ser y sostendrá con ellos largos, intensos, emotivos y divertidos diálogos. Va mirando espejos en los que puede observar su propio y a veces difuso reflejo, tratando de ir dilucidando las razones que le han llevado a convertirse en lo que es. En el camino irá en la búsqueda de Edith, un amor perdido, el más importante, que quizá se encuentre escondida en alguna de las plazuelas, callejones o edificios de Bruma. Quizá lo que consiga es averiguar cuál de aquellos alter egos es el culpable de la partida de Edith o si todos han contribuido a que la mujer no pudiera más, descendiendo abruptamente del tren de una relación que por momentos es dibujada como idílica, pero que tiene todos los ingredientes que la realidad suele plantarnos a la cara y con los que lidiar resulta toda una proeza.

En Bruma, el lector irá conociendo a personajes como Román Cuso, el fiscal acusador que va coleccionando los pecados de los habitantes de la ciudad interior para señalarlos con el dedo flamígero de la Culpa; a Román Bourgoies, un alter ego burgués que vive una vida aparentemente plácida; a Román Libid, un tipo gobernado por la líbido y que desesperadamente busca satisfacer los deseos carnales; al Joven Poeta Halley o la versión adolescente de un Spinelli que va descubriendo la música y la poesía con el candor juvenil que solamente puede provocar que esos hallazgos teminen siendo auténticas epifanías; a otros como Román Perturbado, o lo que es lo mismo: “la degeneración mental del Joven Poeta Halley”, a quien la vida reta sobre un ring de boxeo para atisbarle golpes que lo funden en una brutal depresión, en una pelea a todas luces desigual y de la que Perturbado no puede, aparentemente, salir victorioso.

Toda la prosa está impregnada de música, de referencias a grandes canciones y bandas y, por supuesto, a las canciones y discos de Love of Lesbian. El libro transcurre entre los límites de una autobiografía y la fantasía, hasta que por momentos los límites se pierden y el autor toma el lugar del músico, o viceversa. La realidad es que el dibujo que hace Santi Balmes de Bruma y lo que esta ciudad significa para él nos lleva a repensar todo lo que ha sido su obra como compositor y ahora como escritor. Uno no podrá volver a escuchar de la misma manera canciones como “Algunas plantas” o “En busca del Mago” porque en El hambre invisible se narra lo que tal vez, tal vez, sucedía en la mente y en la vida de su autor al momento de componerlas. Ese juego entre lo real y lo imaginario termina por convertirse en un acto lúdico en el que el lector va a perderse y disfrutar, sufrir, alegrarse o llorar, mientras entiende que en la creación artística siempre están presentes las diferentes facetas de cada creador, aunque algunas formen parte del escuadrón de Los Vergonzantes…

Con lo anterior, no quiero decir que necesariamente se tenga que conocer la obra de Love Of Lesbian para poder comprender El hambre invisible, porque finalmente todos poseemos en nuestro interior una ciudad como Bruma. Todos somos equilibristas mentales que caminamos por las cuerdas flojas que la vida va erigiendo para que transitemos por ellas, todos nos miramos día con día en esos espejos que habitan nuestras Brumas, tratando de regresar el tiempo para entender que es lo que hemos hecho para encontrarnos en un presente que quizá no es el que habíamos imaginado, pero que es el que hemos construido y el único que podemos cambiar; y todos, aunque nos empeñamos en negarlo y lo hagamos de las más diversas maneras,  buscamos ese amor que pensamos es el ideal, el único complemento que nos puede brindar las necesarias dosis de inspiración para crear, para vivir. Finalmente, todos nos pasamos la vida buscando entender quiénes somos y a cuál de nuestros múltiples alter egos tenemos que escuchar para poder mantener el equilibrio vital, necesario y fundamental.

Creo que tenemos que estar agradecidos de vivir en una época en la que el verdadero artista es capaz de generar emociones sin encansillarse en una sola disciplina. El hambre invisible es una profunda e intensa novela que ha salido de la pluma de alguien que ya antes nos había conmovido con canciones o poemas. Alguien que con enorme talento es capaz de calzarse los zapatos de otro y de verter su propia verdad en un libro o en una canción. Santi Balmes ha escrito un libro que solo alimenta nuestra propia Hambre Invisible, un deseo por conocer más las ciudades interiores que tiene en su mente y que ha decidido compartir con el mundo a través del pentagrama o de hojas de papel, como ese alguien que ha encontrado “un par de adjetivos transtornados, a tres adverbios muertos de frío, y a otros tantos de la raza pronombre que sueñan en sus jaulas con ser la sombra de un niño”, ese niño que un día fuimos y al que tal vez, como lo señala El hambre invisible, no deberíamos abandonar nunca en este viaje al que alguien le ha puesto el nombre de vida.

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