El poderoso mensaje de Naomi Osaka

Los juegos del silencio II. David Moreno escribe sobre la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Tokio 2021 y los mensajes simbólicos tras el encendido del pebetero.

-¿Y en dónde queda, exactamente, ese tal Japón?

-Siempre derecho hacia allá. Hasta el fin del mundo.

Alessandro Baricco

     En Barcelona 1992, el legendario basquetbolista español Juan Antonio San Epifanio “Epi” cruzaba entre miles atletas reunidos en el terreno del estadio de Montjuic. Llevaba lo que se suponía era el último relevo de la antorcha olímpica que encendería el pebetero de los juegos españoles. Era el momento culminante de una emotiva, magnífica y espectacular ceremonia de inauguración que nos había llevado por la historia del Mediterráneo y que había dejado en muchos de los espectadores más de un nudo en la garganta.

Epi llegó hasta el escenario instalado en uno de los extremos del terreno de juego y todos suponíamos que subiría algún tipo de escalera hasta llegar al pebetero y encenderlo. No fue así. En el lugar le esperaba Antonio Rebollo, arquero paralímpico, quien encendió una flecha, se plantó en el lugar, apuntó hacía el cielo y disparó. En dos eternos segundos la saeta se elevó, mientras el planeta entero contenía la respiración, y encendió el pebetero. Lo que siguió fueron unos juegos brillantes, emocionantes y que significaron -en ese momento- la consolidación de España como una democracia moderna y lista para reclamar un lugar preponderante en el llamado concierto de las naciones.

            Veintinueve años después la llama olímpica llega al Estadio Olímpico de Tokio. Por segunda vez en su historia la capital japonesa es sede de unos Juegos. Las circunstancias son muy diferentes a las de 1964. Aquellos fueron juegos de post guerra que significaron un momento importante para los japoneses: se reconciliaban con el mundo, mostraban que sus ciudades estaban reconstruidas y que estaban listos para iniciar con el camino que los llevaría a convertirse, con el paso de los años, en una potencia económica. Mientras la llama recorre los últimos metros y leyendas del deporte japonés como Hideki Matsui, Sadaharu Oh y Shigeo Nagashima forman parte del relevo, también lo son dos miembros del personal médico que ha luchado contra el coronavirus en aquellos lugares.

Son el Doctor Hiraki Ooahsi y la enfermera Junko Kizagawa. El momento está cargado de emotividad y simbolismo. Los profesionales de salud –vestidos con sus uniformes de trabajo– corren los últimos metros del relevo como un reconocimiento a todos aquellos que en el planeta entero se han entregado al servicio de sus semejantes durante más de un año y medio. Es un recordatorio del contexto en el que se realizan los Juegos del Silencio. Las gradas vacías funcionan –sin que esto haya sido planeado- como una perfecta metáfora, como un silente homenaje a todos los que perdieron la batalla contra la enfermedad y se quedaron en el camino.

            Pero lo más significativo está por venir. Es una de las mejores tenistas del mundo, lleva el pelo acomodado en llamativas y bellas rastas multicolores. Tiene la piel oscura y los ojos rasgados, hermosos. Se llama Naomi Osaka y es una de las mejores tenistas del mundo. Es ella quien recibe al último relevo de la antorcha y es cuando uno termina de entender lo trascendente del momento. Japón es un país con el 98% de población nativa, apenas el 1.7% de la población está conformada por extranjeros o personas con otros rasgos físicos. La tenista es uno de esos casos que todavía resultan singulares. En la delegación japonesa tal vez ella y el basquetbolista Rui Hachimura son los únicos. Osaka, de padre haitiano y madre japonesa, era quizá la figura menos pensada para encender el pebetero y provoca que la falta de espectacularidad en el encendido del mismo pase a un segundo plano. Su presencia está cargada de una cantidad de significados y está claro que el más importante es que representa a un Japón dispuesto a abrazar a la diversidad, al multiculturalismo, algo que hace algún tiempo era impensable en esa nación.

Además, Osaka se retiró hace unos meses del abierto de Francia pues se declaró imposibilitaba de hablar con la prensa (comparecer ante los medios de comunicación es algo obligatorio para todos los participantes) al padecer de crisis de ansiedad al presentarse ante cámaras y micrófonos. Era la primera vez que una tenista de élite confesaba abiertamente tener un trastorno mental. Nadie pareció comprenderla, incluso fue criticada y señalada. Osaka pisaba un territorio desconocido del cual muchos se rehúsan a hablar. Su papel en la ceremonia tiene también ese carácter reivindicatorio, pero sobre todo ha puesto una vez más sobre la mesa el hecho de que los trastornos mentales son algo con lo que se puede vivir, algo que no debe ocultarse y que requiere de comprensión y no de castigo o señalamiento.

            En los Juegos del Silencio, en el fin del mundo, Naomi Osaka ha levantado la voz de una manera estruendosa, poderosa e imborrable. Mirándola pienso que el único error del momento fue que los organizadores se equivocaron con la elección de la música, pues sonó, inexplicablemente, durante todo el recorrido de la antorcha el Bolero de Maurice Ravel, cuando era claro que estábamos ante una Sinfonía del Nuevo Mundo. Te extrañamos Dvorak.

Primer Epílogo: La primera gran historia de los Juegos la ha protagonizado un nadador del desierto. Ahmed Hafnaoui tiene 18 años, es tunecino y contra todos los pronósticos se ha colgado el oro en la prueba de 400 metros estilo libre dejando atrás a norteamericanos y australianos, los favoritos en la prueba. Su rostro al momento de culminar la competencia nos remite a lo mejor del espíritu olímpico. Al mirarle no pude dejar de pensar en Anthony Nesty, aquel legendario nadador surinamés que se convirtió en el primer campeón olímpico de natación de raza negra en Seúl 88 al vencer al favorito Matt Biondi en los 100 metros mariposa. A Hafnaoui y a Nesta los hermana desde ahora una alberca a la que llegaron como derrotados y de la que emergieron como campeones.

Segundo Epílogo: En el primer día de competencia dos deportistas mexicanos le dieron al país su primera medalla. Alejandra Valencia y Luis Álvarez se colgaron el bronce en la prueba por equipos mixtos de tiro con arco. Su presea es la número 70 que gana México en la historia del olimpismo moderno. Ojalá y no sea la única en estos juegos.

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