¿Has visto alguna vez la lluvia…?

Esta entrega de las "Crónicas Melómanas" de Óscar Muñoz está dedicada a la memoria de Román Estrada, que en paz descanse...

Román esperaba en su casa la llegada de América. Habían quedado de verse ahí para cenar y escuchar música. Hacía un rato que Román había solicitado a la pizzería de Altavilla unas pastas y pan con ajo para llevar a domicilio. Mientras llegaba su pedido, buscaba afanosamente en la cava una botella de vino dulce para la cena. A él le gustaban mucho aquellos vinos muy dulces, como los de uva Merlot, aunque siempre prefirió el vino Moscatel.

El culpable de que a Román le gustarán más los vinos dulces fue su tío Rogelio, un sacerdote católico que vivió mucho tiempo en Tapachula y muy cercano al obispo de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz, mediador en el conflicto de Chiapas entre el Ejército Zapatista y el gobierno de México de aquel entonces. Pues fue su tío quien le cultivó el paladar a Román con vinos muy dulces. Así que no dudó en sacar de la cava una botella de Moscatel.

Román ya se había adelantado con la música: sacó de entre sus discos predilectos el penúltimo de aquella vieja banda Creedence Clearwater Revival: Pendulum, que incluía Have you ever seen the rain? (¿Has visto alguna vez la lluvia?), su canción preferida. Aunque en realidad no estuvo tan seguro de que le gustara tanto por la canción misma o porque le remitía a alguien especial. Tal vez nunca quiso saber a ciencia cierta la razón verdadera de ese gusto tan peculiar.

Eso sí, la canción le gustaba tanto que tenía discos de otros músicos que la interpretaban. Así que, de su amplia discoteca, sacó otros álbumes que la incluían, como los discos de R.E.M. o The Fray. También encontró otras grabaciones con esa canción, como la de Héroes del Silencio y hasta una versión en español de Juan Gabriel. Aunque el disco que más estaba buscando era uno de Rod Stewart, el titulado Still the Same… Great Rock Classics of Our Time y que abre el disco precisamente con Have you ever seen the rain?

Ya casi era hora de que llegara América, cuando empezó a caer una lluvia torrencial. Ella se había comprometido a llevar su disco predilecto: el primero que grabó un grupo británico llamada América. En tanto ella llegaba, Román tuvo que cerrar todas las ventanas y poner una cubeta en un rincón de la cocina, por donde había una gotera que aún no reparaba. Y mientras ponía remedios dentro de la casa, obligado por la torrencial lluvia, el disco de Creedence seguía girando a 33 revoluciones por minuto, que le recordaba cuando conoció a Lluvia, precisamente en una tormenta inesperada durante un día soleado.

La música continuaba y él también: el agua ya se colaba debajo de la puerta y tuvo que inventar algunos tapones con jergas y plásticos. Mientras improvisaba aquellos remiendos, escuchaba la canción y la cantaba:

Alguien me dijo hace mucho tiempo

que hay una calma antes de la tormenta.

Lo sé, se viene acercando desde hace tiempo.

Cuando se acabe, eso dicen, lloverá en un día soleado.

Lo sé, brillando como el agua.

Quiero saber, ¿alguna vez has visto la lluvia?

Quiero saber, ¿alguna vez has visto la lluvia

cayendo en un día soleado?

Ayer y días antes,

el sol ha sido frío y la lluvia dura.

Lo sé, siempre ha sido así para mí:

da la vuelta a través del círculo, rápida y lenta.

Lo sé, no puede detenerse, supongo.

Quiero saber, ¿alguna vez has visto la lluvia?

Quiero saber, ¿alguna vez has visto la lluvia

cayendo en un día soleado?

Finalmente, llegaron las pastas y el pan de la pizzería y, detrás del Uber Eats, América, quien estaba totalmente empapada. Parecía que la Lluvia le había caído encima, y sin piedad alguna. Sin saludos de por medio, ella entró corriendo al baño para secarse y cambiarse de ropa (se pondría alguna pijama de Román), en tanto él pagaba el pedido al motociclista.

Cuando América salió del baño, Román ya había puesto a girar el disco de Rod Stewart, quien cantaba ¿Has visto alguna vez la lluvia?, y también había destapado la botella de Moscatel para servir dos copas. Enseguida, le ofreció una a América, en tanto ella refunfuñaba de su desgracia. Según le relató a Román, su auto se averió con tanta lluvia y tuvo que caminar varias calles hasta llegar a la casa de Altavilla. Fue como si caminara debajo de una tormenta ciclónica, dijo.

– Claro que te creo. Cualquiera que hubiera visto a Lluvia, hubiera quedado pasmado. El día que yo vi a la Lluvia, me morí…

En ese instante, Román ya no estaba en ninguna parte de la casa, como si se hubiera esfumado, y comenzó a llover dentro de toda la vivienda, que estaba como abandonada. Sólo quedó América, quien volvió a quedar empapada por la lluvia por fuera y por el llanto por dentro, aunque ese día estuviera soleado y fuera brillante.

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1 Comment

  1. says: abar wilde yerves maldonado

    Un gusto conocer algo mas de Román, excelentes y gratos recuerdos, un saludo y reconocimiento al Maestro Oscar Muñoz

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