Papini, Borges, Arreola y otros intertextos literarios

En su ensayo, Noé Vázquez aborda la influencia de la escuela florentina de Giovanni Papini en Latinoamérica en autores como Borges. Asimismo, refiere algunas semejanzas en la narrativa de Felisberto Hernández y la de Arreola. ¡Una lectura imperdible!

I

Los cuentos que forman el volumen El espejo que huye (Siruela, 1984) de Giovanni Papini para la colección La biblioteca de Babel organizada por el editor Franco María Rica, consta de algunos cuentos muy representativos de las obsesiones del autor. Se trata de relatos de índole filosófica en donde abundan temas como la multiplicidad de yo, la existencia del otro o el doble de una persona, temas que combinan a seducción de la muerte, el cansancio existencial, la necesidad del suicidio, la idea de que nuestras vidas representan el sueño de otra persona, la irrealidad de la existencia. Son tramas que plantean situaciones imaginarias que colocan a los individuos en los límites de lo irreal y el absurdo; sin embargo, cada historia posee un tema, defiende una tesis y una preocupación metafísica.

Papini —el olvidado Papini— tuvo cierta influencia en Borges, quien lo leyó de niño bajo el nombre de Gian Falco, seudónimo que Papini adoptó en su juventud cuando escribía en la revista Leonardo, publicación que fundó junto con Giuseppe Prezzolini. Esta época es caracterizada por el auge del pragmatismo como movimiento filosófico. Afirma Borges que leyó a Papini solo para olvidarlo después; no obstante, estos cuentos parecen haber sido elaborados en obras borgianas posteriores como «El otro» (1975), cuento que parece reelaborar la ficción «Dos imágenes en un estanque» (1907), de Papini.

En el cuento de Papini, uno de los personajes observa su reflejo en un estanque, un reflejo acompañado de un trasunto de sí mismo, su versión más joven e ingenua. Este tema se repite en el cuento de Borges arriba citado: un Borges joven se reúne con un Borges viejo y ambos refieren sus preocupaciones, sus historias, sus circunstancias. Pero no es el único cuento en donde Papini habla del tema del doble o del otro.

En «Historia completamente absurda» (1906), un hombre recibe la visita inesperada de un narrador que refiera su propia vida como si realmente lo hubiera conocido, aporta detalles que solo él conoce, como si el visitante fuera su doble convertido en narración o en relato de una vida. Otro de los temas de Papini que pudo haber influido en Borges se encuentra en el cuento «La última visita del caballero enfermo», que trata sobre un hombre que se percibe irreal, como la expresión de la voluntad de alguien más. Hay un eco de este enfoque, de esta relación entre el soñador y el soñado en Niebla (1914) de Miguel de Unamuno. Un metarrelato que el español llamaba «nívola».

El escritor florentino Giovanni Papini.

La historia de Papini tiene cierta resonancia en el cuento de Borges «Las ruinas circulares» (1940). Tanto el cuento de Borges como el de Papini sugieren la posibilidad que una existencia represente la proyección externa de sueño de alguien más: otra persona, un dios o un demiurgo. El personaje de Papini menciona: «Soy —y lo diré, aunque quizá no quiera creerme— nada más que la figura de un sueño». En el cuento de Borges, un hombre soñador crea la imagen de un joven, pero también se da cuenta de que él también es soñado por otro.

Aterrizar en Papini habiendo leído a Borges supone darnos cuentas de que Borges fue una cámara de ecos donde resonaban esos temas filosóficos ya planteados por el italiano. Tanto Borges como Papini reflejan en sus historias su preocupación por la identidad y nuestro lugar en el mundo. Cuando Borges participó en la edición de la colección La biblioteca de Babel confesó que «…al leer aquellas páginas tan remotas, descubro en ellas, agradecido y atónito, fábulas que he creído inventar y que he reelaborado a mi modo en otros puntos del espacio y del tiempo». Hasta aquí la confesión de un influjo, de un intertexto.

No sé si podamos hablar de un plagio, pero sí de una reinterpretación de un tema ya existente. Después de todo, los argumentos de los dramas de Shakespeare tampoco eran originales del dramaturgo inglés, se trataba de reelaboraciones. Aceptemos que Papini como escritor de ficción se adelantó a otros escritores del siglo vigésimo, uno de ellos fue Juan José Arreola, quien asimiló la influencia de Papini y este italiano aparece en sus cuentos como un invitado oculto que solo con mucha atención podemos descubrir. Arreola confiesa:

«He llegado a coincidir textualmente, por dicha y desdicha, con Kafka, Papini, Duhamel y Max Scheler, por ejemplo. Antes de acusarme de vanidoso, oigan mi defensa: fueron otros, otros más o menos grandes quienes me prepararon en el trance de pensar acerca de algo».

Cuando leemos «El guardagujas» (1952) de Arreola notamos cierto paralelismo con «El espejo que huye» de Papini. Ambos escenarios son una estación ferroviaria, hay dos interlocutores que refieren su visión particular sobre temas como el futuro, el devenir del ser humano, la imagen del presente, nuestra idea sobre la felicidad, nuestros conflictos frente al progreso de la ciencia y la tecnología, el absurdo de la existencia, el valor que le otorgamos a nuestra vida frente a la muerte. Esos diálogos tienen un efecto desintegrador sobre cualquier certeza que lleven los personajes o el mismo lector. Diálogos que se debaten entre lo literal y lo simbólico que da pie a múltiples interpretaciones. Ambos textos son ricos en sugerencias, en un lenguaje que puede originar muchas lecturas.

II

               Pasando a un intertexto distinto, puede no haber influencias, mas encuentro ciertas semejanzas en ciertos tratamientos hacia el tema del género femenino en textos como Las Hortensias (1949) de Felisberto Hernández con dos cuentos de Juan José Arreola. La novela corta de Felisberto Hernández gira en torno al ideal femenino transmutado a un grupo de muñecas de tamaño natural. Horacio, el personaje principal interactúa con ellas de una manera lúdica y fetichista, creando escenarios y roles para ellas. Otorgándoles personalidades y diálogos, como en una representación teatral. Hay un juego simbólico con esos objetos de plástico que reflejan intenciones de dominio y posesión.

Para Horacio, hacer puestas en escenas con estas muñecas representa la recuperación de un ideal de vida a través del poder sexual que representan esos símbolos femeninos. La idea de una mujer se ve reducida a un bien que puede comprarse o venderse. Hay una suerte de cosificación en donde la mujer es un bien codiciado y valioso capaz de aportar su poder genésico como símbolo de vitalidad y felicidad. Entre lo extraño y lo inusual, el cuento de Hernández juega con alegorías que nos dicen mucho respecto a nuestras obsesiones. Horacio terminará al borde de la enajenación mental debido a sus obsesiones incontrolables.

Hay dos cuentos de Arreola que comparten semejanzas con la visión de Hernández. Uno es «Anuncio» (1978) y el otro «La parábola del trueque» (1952). En «Anuncio» descubrimos que un simple spot publicitario de algún periódico o revista puede ser un material para la ficción. El cuento está elaborado como un mecanismo de publicidad que anuncia las virtudes de Plastisex©, un modelo de mujer mecánica, robótica y artificial, hecha de plástico fino y armazón de magnesio y capaz de dar satisfacción «Dondequiera que la presencia de la mujer es difícil…». En el cuento —reelaboración del mito de Pigmalión—, la mujer es un objeto tan preciado que su inexistencia nos lleva a reinventarla en versiones más sumisas, tal y como las muñecas de la novela Las Hortensias. Las mujeres artificiales del cuento de Arreola liberarán a las mujeres reales para que se dediquen a las tareas del espíritu, según reza la publicidad.

En «Parábola del trueque», un comerciante se acerca a un pueblo con el siguiente pregón: «¡Cambio esposas viejas por nuevas!». El citado comerciante ofrece flamantes mujeres rubias a cambio de las esposas de los habitantes del lugar. El efecto del cuento es la extrañeza del lector. La narración sugiere que las mujeres son intercambiables y reemplazables por unas mejores, nuevamente, como si tratara de objetos de comercio o bienes. En aquel pueblo, los habitantes quedan sumidos en una vorágine de placer y lujuria con sus nuevas adquisiciones. El relato menciona: «El pueblo parecía un gallinero infestado de pavorreales».

El escritor mexicano Juan José Arreola.

Como todo objeto artificial, las mujeres rubias adquiridas empiezan a oxidarse como si estuvieran hechas de oro falso o cobre. El mercader los había estafado dándoles mujeres de segunda o de tercera categoría ya que éste solo les hizo algunas reparaciones y «les dio un baño de oro tan bajo y tan delgado, que no resistió la prueba de las primeras lluvias». Las mujeres doradas y circasianas del cuento de Arreola no son muy distintas de aquellos artificios de Las Hortensias, que tienen que ser reparadas constantemente. Los habitantes de aquel pueblo terminan enloquecidos —tal y como Horacio—, pero en su caso, de decepción y de rencor en contra de aquel mercader fraudulento que los estafó. Extrañan a sus verdaderas esposas y afirman que «buscarán hasta el infierno los rastros del estafador».

III

Los citados intertextos nos recuerdan, citando al rey Salomón que «toda novedad no es sino un olvido» —Platón nos advierte que todo conocimiento no es más que un recuerdo—. Hay muchos casos de apropiaciones inconscientes, ideas que permanecen latentes en la memoria colectiva, flotando en el aire como fragmentos de un sueño, para ser retomadas nuevamente, para crear interpretaciones y reelaboraciones que les otorguen un nuevo contexto dentro del espíritu de los tiempos. Es difícil encontrar ideas novedosas en una civilización en donde casi todo ya ha sido dicho y hecho, y esto nos demuestra que hay ciertos arquetipos universales que no pierden su vigencia, ciertos mitos que se retoman constantemente en muchos relatos. Hasta aquí, no creo decir nada nuevo.

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